Todos los artistas que se precien de tales tienen, han tenido o tendrán una mala noche, ya fuere por fallas propias o por lo difícil que llegan a ser algunos públicos… pero una como la que vivió Iggy Pop la noche del 30 de noviembre de 1981 mientras teloneaba a los Rolling Stones, es casi imposible de igualar. Así que pónganse un casco o una armadura y conozcan los entretelones de una anécdota de las más locas de la historia del rock, relatada por uno de su protagonistas, Gary Valentine/Lachman.
Para comenzar el recuerdo de esta anécdota que tiene a Iggy Pop como muy posible recordman, hay que hablar de la persona que la recuerda, es decir Gary Lachman, músico que en algún momento tuvo su cuartito de hora de fama tocando en Blondie, banda de la cual fue bajista, compositor y miembro fundador desde su ingreso en 1975, reemplazando a Fred Smith (que a su vez se había ido a Television en reemplazo del saliente Richard Hell… pero eso es otra historia). Usando el nombre artístico de Gary Valentine, compuso el primer single de la banda, “X Offender”, y popularizó el look retro sesentoso del grupo. Allí se quedó hasta 1977, donde fue reemplazado por Nigel Harrison, justo cuando Blondie levantaba vuelo hacia el gran éxito; para colmo de ironías, otra canción suya –“(I’m Always Touched by Your) Presence, Dear”– estuvo en el top ten inglés en 1978 y fue luego grabada por Tracey Ullman y Annie Lennox.
LA BESTIA POP. Después de Blondie, Gary se mudó de Nueva York a Los Angeles y en 1978 formó su propio trío, The Know; si bien esta logró hacerse de muchos fans con dos singles y ser la única banda famosa en ambas costas de EE.UU. en 1980, al no lograr conseguir un sello que les asegurara un LP nuestro desanimado héroe desarmó al grupo y comenzó una etapa como sesionista, tocando tanto el bajo como la guitarra. Fue entonces cuando se unió a Iggy Pop en 1981 para tocar en la gira de presentación del álbum “Party” (considerado por muchos críticos y fans como el peor de la carrera de la Iguana) como guitarrista, junto a otros músicos de renombre: el baterista Clem Burke, su ex compañero de Blondie y luego fugaz baterista de Ramones; los guitarristas Rob Duprey (de los punks The Mumps) & Carlos Alomar (este último famoso por su trabajo con Bowie, The Pretenders, Duran Duran e incluso Soda Stereo, entre otras bandas), el mismo Iggy y el bajista Mike Page (que cuenta colaboraciones con Bowie, Jerry Lee Lewis y Chubby Checker en su currículum)
UN ACTO DE ARROJO. Luego de varios shows por toda Norteamérica, hacia fines de año la banda llegó al enorme estadio Silverdome de Pontiac, Michigan, para tocar como soporte –junto a Santana– de los megarecontraexitosos Rolling Stones, que venían haciendo su propia gira con un éxito de convocatoria arrollador. Iggy, su banda y por supuesto Gary se presentaron en dos noches de aquel año, la del 30 de noviembre y la del 1º de diciembre, ante una multitud de fanáticos aullantes… de los Stones, claro. Y aquí comienza nuestra anécdota propiamente dicha, que Gary relató -magistralmente, hay que decirlo- años después en su autobiografía “New York Rocker: My Life In The Blank Generation, With Blondie, Iggy Pop And Others, 1974-1981” (2002). En sus propias palabras:
“Los shows más memorables, por supuesto, fueron las noches que abrimos para los Rolling Stones: dos presentaciones en el Silverdome de Pontiac, Michigan, ante 80.000 personas. Pero esa gente no fue a ver a Iggy Pop (…). La primera noche Iggy salió con ropa de hombre. Nos abuchearon; la audiencia quería obviamente ver a los Stones, así que hicimos un set corto. Iggy estaba enojado. La segunda noche se cambió de ropa: se puso una blusa blanca, una minifalda de cuero marrón y unas medias de nylon color marrón oscuro. Y se negó a llevar ropa interior.
Cuando salimos a escena me sentí increíblemente pequeño. Pero una vez que empezamos a tocar, todo pareció estar bien. Era difícil saber qué respuesta estábamos teniendo. Los Stones sólo nos dejaron libre una partecita del escenario, y lejos del frente. Iggy estaba más cerca pero incluso él estaba desacostumbrado a tener la audiencia tan lejos. Era como tocar en la oscuridad, con flashes de fotógrafos estallando mientras Iggy se movía en escena.
Hicimos un tema, luego otro, luego otro, y no fue sino hasta que los primeros misiles empezaron a pegarnos que me di cuenta de que algo estaba pasando. Y entonces comenzó.
En sus memorias, Bill Graham, el organizador de este evento, dijo del mismo que ‘Nunca antes en la historia del rock and roll le arrojaron tantos objetos a ninguna otra banda. Cepillos de pelo, peines, encendedores Bic, zapatos, sandalias, corpiños, pulóveres, sombreros. Toneladas de mierda. Nunca vi nada así. Pensé que los Sex Pistols tenían el record en el Neverland de San Francisco, pero ahora estábamos en el Silverdome. Ochenta mil personas tirando cosas”.
Vino de ninguna parte. Durante la siguiente media hora toqué la guitarra, mirando fijamente a la oscuridad, esperando poder distinguir la lata de cerveza o la botella de vino un segundo antes de que me pegara. Volaban los más variados objetos hacia uno, apareciendo de la nada. Y no paraban. ¡Durante todo el set! No hubo aplausos, no hubo aliento, sólo una constante lluvia de proyectiles. Graham mencionó muchos, pero no todos: una navaja de resorte se clavó ante mis pies. Me pegaron incluso hasta con una bala (sin disparar, claro), que luego guardé como recuerdo.
Mientras pasaba todo esto, Iggy se mostró tan provocativo como podía ser, levantándose la minifalda, abriendo las piernas, frotándose el bulto, sin dejar nada librado a la imaginación.
Luego de nuestro set, Graham hizo que alguien recogiera todo lo que había en escena y lo inventariara. Fue a nuestro camarín y dijo, ‘Iggy, te lo juro, rompiste todos los records existentes’. Y tuvo una idea: le dijo a Iggy que volviera a escena y en lugar de hacer un bis, leyera la lista. Item por item.
Y claro, Iggy lo hizo. Volvió al escenario junto a Graham, este con una gran caja llena de las cosas, e Iggy dijo a la gente: ‘Quiero agradecerles por haber sido tan generosos esta noche’. Y empezó a pasar lista. ’20 encendedores Bic. 6 zapatillas. 5 pares de ropa interior. 10 peines. 15 cepillos’… La gente no entendía nada al principio, pero luego lo pescaron. 6 pares de sandalias. ¡Un rugido! Una docena de biromes. ¡Yeeeahhhh!
“Nunca antes en la historia del rock and roll le arrojaron tantos objetos a ninguna otra banda. Cepillos de pelo, peines, encendedores Bic, zapatos, sandalias, corpiños, pulóveres, sombreros. Toneladas de mierda. Nunca vi nada así” (Bill Graham)
Luego del show, Graham le regaló la caja a Iggy a modo de tributo; este se la llevó al backstage y nos dijo que cada quien agarrara algo a modo de souvenir. Me llevé la bala. Iggy se guardó algunas cosas y tiró el resto. Pero lo que Graham no mencionó fue el dinero: no sé cuántas docenas de monedas de 25 centavos llegaron al escenario… Iggy pidió un par de bolsas, metió todo ahí y se las llevó al hotel.”
FINAL EN VIDEO. Iggy Pop y su banda llegaron a tocar unos diez temas a pesar del diluvio de objetos varios, y lo más increíble: no hubo heridos, al menos en la banda. La historia de Gary Lachman (hoy reconocido escritor, autor de varios libros sobre ocultismo, magia y metafísica) continúa, por supuesto… pero la dejamos para otra ocasión. Hoy les dejamos esta, que si no puso a Iggy en la Guía Guinness de records mundiales, ¡debe haber pegado en el palo! Y de yapa, un recuerdo: un video de aquel año presentando a la formación mencionada, en un concierto previo realizado en San Francisco.
Periodista especializado en artes, espectáculos, gastronomía y cultura pop. Co-fundador de las revistas argentinas Riff Raff (entre 1985-86) y Madhouse desde 1989 hasta 2001. Director del primer fanzine de habla hispana dedicado a Kiss y autor junto a Carlos Parise del libro «Heavy Metal Argentino» (1993).