Después de Freddie Mercury, Elton John, Whitney Houston y Bob Marley (que comentáramos en MADHOUSE recientemente), ahora es el turno de Amy Winehouse de sumarse a la creciente ola de películas biográficas sobre grandes estrellas de la música, estrellas que a menudo tienen o han tenido vidas particularmente turbulentas. La inolvidable cantante británica, la voz del jazz de una generación que falleció trágicamente a los 28 años, llega en esta obra dirigida por Sam Taylor-Johnson y protagonizada por la joven inglesa Marisa Abela, cuyo trabajo es quizás lo único realmente digno de mención en esta película biográfica deslucida y brillante, limpia de toda la oscuridad del título e inútilmente santificadora de una vida y un talento marcados por el dolor.

Abela desolada: «¡Si me hubieran dicho que iba a salir en MADHOUSE me hubiera puesto más flores en el pelo!»

En la película, Amy Winehouse tiene una voz increíble, pero una vez que cumplió veinte años aún no ha logrado abrirse paso en el mundo de la música a pesar del amoroso apoyo de su padre Mitch (Eddie Marsan) y su querida abuela Cynthia (Lesley Manville). Su vida cambia cuando la descubren cantando en un pub y firma con el sello Island Records; allí conoce al productor Mark Ronson (Jeff Tunke) que le hará lanzar «Frank», su primer álbum. Pero es con «Back To Black», su segundo y deslumbrante álbum que a la fecha ha vendido más de 20 millones de copias en todo el mundo y ganado 5 Grammys, con el que Amy experimentará el éxito y la gloria, pero también el dolor del amor tóxico con Blake Fielder-Civil (Jack O’ Connell), lo que la llevará al abuso de alcohol y drogas. Hasta aquí la base argumental. ¿Pero qué pasa con el resto? Hay un momento en el que la película enciende una chispa: la larga secuencia del primer encuentro entre Amy y su futuro marido Blake. Hay de todo, empezando por un espacio, un pub en un suburbio de Londres, que cuenta muchas cosas. Es en un lugar como este donde la cantautora en ciernes comenzó a dar sus primeros conciertos y es allí mismo, en una máquina de discos de la sala de billar, donde resuena su primer disco, con la voz grabada superpuesta a la viva.

«Esta Marisa, le das la mano y se toma el brazo», refunfuña Marsan

Pero el pub es también un lugar de perdición -o un refugio para aniquilarse, según se mire- para una chica frágil que bebe demasiado (su abuela lo comprende inmediatamente cuando, en los primeros minutos de la película, con firme indiferencia le quita una botella de vino), quien en esa misma secuencia bebe un cóctel absurdo a base de whisky y licor de banana. Y así, ese pub se configura como el escenario ideal para escenificar el amor a primera vista con este chico evidentemente inestable: entre elogios mutuos sobre los tatuajes (el cuerpo como mapa emocional) y miradas suspendidas entre el deseo y la devastación, ambos se reconocen y luego se conocen, pasan del escritorio al billar, se tocan y se provocan, mientras suena la música hasta que, sorprendida, aparece la novia de Blake.

La Abela con su abuela o la abuela con su Abela (como prefieran)

Se trata de una larga secuencia que, por sus movimientos y su tono, sugiere la hipótesis de un musical, el alejamiento del realismo en favor de la estilización, la emancipación de las aguas superficiales del biopic básico para llegar a una relectura más profunda y compleja del icono. Es una esperanza que muere allí, porque «Back to Black» sigue completamente las últimas reglas de un no-género (las biopic no son un género: son más bien un contenedor) que hoy está en la cresta de la ola, un mix de santoral y operación de marketing: todo culpa del éxito mundial de «Bohemian Rhapsody», versión edulcorada y anodina de la vida de Freddy Mercury, que pavimentó el camino para productos igualmente desinfectados («Respect» de Aretha Franklin, «Whitney», «Bob Marley – One Love») como si la vida de una estrella musical no pudiera prescindir de ese tipo de relato (a pesar de que «Elvis» y «Rocketman» demuestren lo contrario)

Si no fuera porque recuerda al formidable álbum que le da título, «Back To Black» debería haberse llamado «Back to White»: en esta biopic sobre una de las figuras más talentosas y al mismo tiempo más frágiles, contradictorias y controvertidas de la música de los últimos veinte años, no se encuentra rastro alguno de oscuridad. Y no hablamos del abuso de alcohol, de drogas, de la relación turbulenta con los paparazzi o de las crisis nerviosas, ya que esos elementos están presentes (aunque la bulimia haya quedado de lado); aquí hablamos de la forma en la que la Winehouse fue retratada, casi santificada, tratada como una niñita necesitada de atención e incapaz de dominarse a sí misma, de controlarse, de incluso llegar a tiempo a las reuniones. Estamos hablando de un guión que no va más allá de la pátina superficial de una fotocopia, que evita cuidadosamente todos los escollos de la relación conflictiva entre Amy y su familia, de la desconexión con sus fans, de las laberínticas, infernales y aterradoras tentaciones del mundo del espectáculo que cuidadosamente se dejan aparte.

«Vos simplemente no hagas lo que yo te indico y todo va a salir bien», explica la Taylor-Johnson. Por suerte Marisa le hizo caso

Seguramente el film tiene a favor la estupenda labor de Marisa Abela, que no cede a la caricatura y le da pasión y profundidad a su versión de la Winehouse, pero no basta si hay una dirección descuidada (Tan luego la Taylor-Johnson, que había hecho un trabajo muchísimo más logrado en «Nowhere Boy» donde retrata la adolescencia de John Lennon), si la representación de la drogadicción es floja (O’Connell simplemente no convence), si los actores secundarios están con piloto automático (normalmente Lesley Manville es una actriz gigantesca que salvaría un desastre; normalmente), si la actitud es cuando menos indulgente (familiares incluidos: incluso el auténtico Mitch afirma haber sido descrito de manera demasiado benévola), si uno permanece en la superficie de los demonios sin bajar hasta el fondo: todo el esfuerzo de dirección y actuación se ahoga en la cursilería dejándonos la incógnita de qué más podríamos haber sabido sobre los fantasmas y demonios de esta artista tan extraordinaria como maldita.

¡Hay gol del Nottingham Forest y los coristas no caben en sí de la alegría! La Abela, que no caza un fobal, pide explicaciones

«Back To Black» resulta una biopic demasiado amable, quizás porque los familiares de Winehouse no querían ver otra película tan cruda y reveladora como «Amy» de Asif Kapadia, pero principalmente porque tropieza con la exageración, la glorificación y el maniqueísmo, logrando momentos más aburridos y didácticos que emocionantes. Una obra que parece hecha a medida, desprovista de la más mínima intensidad dramatúrgica, incluso trivializada por el uso del catálogo de Winehouse porque cada pieza se inserta en la escena más obvia posible de acuerdo con la letra… Quizás esta película hubiera tenido sentido abandonando la forma del biopic y usando otros caminos narrativos (el musical, el thriller, incluso el terror) para profundizar realmente en los monstruos que marcaron el final de la Winehouse. La recordada diva seguramente merece mucho más que esta película, la cual no sólo no le hace justicia sino que la transforma en lo que probablemente no era, regalándole una luz salvadora que nunca le perteneció. Una luz mucho más blanca que negra, claro está.

FICHA TÉCNICA

Título original: «Back To Black»

Género: Biográfica

Origen: Inglaterra-EE.UU.

Estreno: 12 de abril de 2024

Dirección: Sam Taylor-Johnson

Producción: Alison Owen, Debra Hayward, Nicky Kentish-Barnes

Guión: Matt Greenhalgh

Reparto: Marisa Abela, Jack O’Connell, Eddie Marsan, Lesley Manville, Juliet Cowan, Sam Buchanan, Harley Bird

Música: Nick Cave, Warren Ellis

Duración: 122′

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