El 3 de noviembre de 1992, Rage Against the Machine lanzó su álbum debut autotitulado. Posiblemente sea uno de los discos más influyentes de la década de los 90, tal como se vio reflejado en los trabajos posteriores de bandas como Korn, Deftones y Limp Bizkit, por nombrar solamente algunos grupos. La agrupación siempre se posicionó como uno de los exponentes más reivindicativos de los derechos de los oprimidos y jamás han ocultado sus inclinaciones políticas ni su lucha contra las injusticias sociales. Concordante a su propuesta musical, novedosa y de alto impacto, la tapa de su ópera prima debía estar a la altura de las circunstancias… Y para estar a la altura de este, su 28º aniversario, aquí les traemos su particular historia.
La fotografía original, tomada el 11 de junio de 1963 por el fotógrafo del New York Times Malcolm Browne (posterior ganador del Pulitzer por esta instantánea), corresponde al monje budista Thích Quảng Đức cometiendo suicidio al quemarse vivo a modo de protesta por la persecución que sufrían los acólitos de dicha doctrina en manos del gobierno de Ngô Đình Diệm, en lo que entonces se conocía como Vietnam del Sur, en la República de Vietnam.
Éste último fue el primer presidente de dicho país, quien profesaba tendencias anticomunistas y católicas, por lo que a los miembros de ese credo les otorgaba innumerables facilidades políticas, militares y sociales, las cuales eran negadas a la mayoría de la población vietnamita, que practicaba el budismo. En aquella época, la religión budista no estaba permitida en esa región, de hecho, sus seguidores eran perseguidos y muchos monjes fueron brutalmente asesinados.
La historia cuenta que, a modo de protesta, Thích Quảng Đức se subió a un coche, un Austin Westminster azul, y junto a otros dos monjes se dirigió a Saigón (actualmente Ho Chi Minh), la capital vietnamita, donde lo esperaba una procesión de 350 budistas. Colocó una almohada en el suelo y se sentó en la ya conocida postura del loto. Otro monje sacó un bidón de gasolina del coche y se la roció encima, mientras el protagonista de esta historia canturreaba el himno religioso conocido como «Homenaje A La Luz Infinita», u «Homenaje a Amitābha Buddha». Enseguida, y ante la sorpresa de la gente que presenciaba ese acto, un imperturbable Thích Quảng Đức encendió un fósforo… y se prendió fuego.
Una vez recuperado, su cuerpo fue cremado, pero para sorpresa de todos su corazón permaneció intacto y no se transformó en cenizas, por lo que la comunidad budista lo consideró sagrado y fue puesto bajo el cuidado del Banco Nacional de Vietnam. También el automóvil en el cual el monje y sus seguidores llegaron a Saigón se conserva hoy en día en la pagoda Thien Mu.
La acción del monje tuvo repercusión de manera global: fueron tantas las presiones en contra del gobierno sur vietnamita que el 16 de junio de 1963 se firmó un acuerdo a favor de los budistas y se cedió ante sus peticiones. No obstante, no le fue otorgada mucha validez posteriormente. La expresión “quemarse a lo bonzo” proviene de este heroico acto y Thích Quảng Đức no fue el primer ni el último monje budista en poner fin a su vida de esta manera. De hecho su influencia se propagó tanto local como globalmente llegando incluso a repetirse hasta nuestros días (el último caso documentado ocurrió el 31 de julio de 2019, en el cual un hombre de 49 años, inmigrante ilegal en Bélgica, originario de Guinea, se inmoló en frente del Palacio de los Príncipes-Obispos de Lieja, después de haber perdido su permiso de residencia) siempre todas bajo la forma de protesta, desobediencia civil o acción solidaria por algún motivo.
La cobertura mediática que se le dio a su acción fue la puerta de entrada para el mundo occidental y de allí el impacto cultural que produjo en la sensibilidad y la conciencia colectiva, tanto para hacer visible una desigualdad evidente como para incorporar la práctica en futuros alzamientos civiles por los derechos humanos… Sin duda, la elección de la portada fue una decisión artísticamente arriesgada que la banda intentó sostener en sus trabajos posteriores, pero sin la misma impronta shockeante que nos legaron en un disco debut de rap metalizado con semejante audacia lírica y sonora.
“No esperábamos el éxito del álbum dado el hecho de que la música era una combinación de géneros que estaban ‘en guerra’ entre sí: punk, metal y hip hop”, contó a Metal Hammer en 1992 el guitarrista Tom Morello. “Además éramos una banda interracial, que nunca se escuchó en la radio, menos en el rock. Luego estaba el contenido político de las canciones, que estaba bien a la izquierda de bandas como The Clash y Public Enemy. Antes de 1992, esa no era la receta para llegar al tope de las listas… Nuestras expectativas eran muy humildes. Al escribir las canciones para el primer disco, realmente ni siquiera pensamos que seríamos capaces de reservar un concierto en un club. Nunca soñamos con un contrato discográfico o una gira, simplemente pensamos que la música estaba más allá de lo aceptable».
En efecto. 1992 también vio a Bodycount de Ice T lanzar «Cop Killer» y Sinead O’Connor efectivamente destruyó su carrera al romper una foto del Papa en el programa «Saturday Night Live», pero RATM era algo completamente diferente, un cóctel molotov musical respaldado por un activismo no visto desde bandas como Crass y Conflict. Ciertamente nunca visto en el mainstream. Y luego estaba la tapa: «¡Sí, una razón más por la que pensamos que la gente nunca escucharía el disco!», agrega Tom. “La idea en la música que hicimos era que iba a ser una expresión sin concesiones y sin concesiones de nuestra visión del mundo como músicos y como activistas. ¡La foto en la portada del monje que se autoinmola por sus creencias fue la que pensamos que mejor capturaba la integridad y el poder por el que estábamos luchando en nuestras canciones!»
En palabras del periodista David Halberstam, presente en el lugar de los hechos tras la convocatoria de los monjes a la prensa internacional:
“Iba a ver la escena de nuevo, pero una vez fue suficiente. Las llamas venían de un ser humano; su cuerpo se marchitaba y secaba lentamente, su cabeza se ennegrecía y carbonizaba. Sentía en el aire el olor de la carne humana quemándose; los seres humanos se queman sorprendentemente rápido. Detrás de mí pude escuchar los sollozos de los vietnamitas que se reunían alrededor. Estaba demasiado horrorizado para llorar, demasiado confundido para tomar notas o hacer preguntas, demasiado desconcertado incluso para pensar (…) Mientras se quemaba nunca movió un músculo, nunca pronunció un sonido, su compostura contrastaba con los lamentos de las personas a su alrededor. Salió del vehículo y adopto la posición tradicional del loto; los monjes que le acompañaban le ayudaron a rociarse con gasolina y encendiendo una cerilla se prendió fuego muriendo en cuestión de minutos. Mientras su cuerpo ardía, el monje se mantuvo completamente inmóvil. No gritó, ni siquiera hizo un ruido”.
Así, se consideró sagrada la carta que Thích Quảng Đức escribió antes de suicidarse:
“Antes de cerrar los ojos y dirigirme hacia la figura de Buda, suplico respetuosamente al presidente Ngô Đình Diệm que tenga compasión de los habitantes de la Nación y que desarrolle una igualdad religiosa que mantenga la fuerza de la patria para siempre. Llamo a los venerables, reverendos, miembros de la sangha y predicadores budistas para que se organicen y hagan sacrificios con el objetivo de proteger el budismo”.
Categoría 80. Psicólogo, amante de la música y los juegos de palabras. Padre de Ciro y Amancay. Baterista e hincha de Ferro. Fanático de los libros, del helado y el café. Escritor perseverante. Hombre de mar en busca del sentido de la vida.
