
«Pasó mucho tiempo, es algo que ya tengo un poco más procesado«, dice Gonzalo Fernández, sobreviviente de la tragedia de Cromañón, el incendio ocurrido durante el recital de Callejeros que dos décadas atrás dejó un saldo de 194 muertos y más de 1400 heridos. El 30 de diciembre de 2004, él tenía apenas 14 años, pero ya era un habitué de recitales de rock. Se tomaba el tren desde Ezeiza, la localidad del sur bonaerense donde aún vive, y salía a ver bandas a Cemento, Hangar, República Cromañón o donde fuera, «en ese sentido era bastante terrible, si mis viejos no me dejaban ir, me escapaba«, admite. Hoy Gonzalo tiene 34, nos encontramos en un bar y, aunque prefiere no sacarse una foto y repite tímidamente que le parece rarísimo dar una entrevista, reflexiona y nos cuenta sus recuerdos de un suceso que lo marcó de por vida. Él lo cuenta con naturalidad, sin heroísmos, pero en la que fue una noche terrible, su coraje resultó fundamental para socorrer y salvar a sus amigos.

¿Al recital de Callejeros sí te habían dejado ir o te escapaste?
Yo dije «me voy a un recital», y listo. A veces tenía que escaparme o inventar alguna mentira para poder salir, esta no fue la excepción. Fui a los tres días (N. 28, 29 y 30 de diciembre), el primero había sido bastante tranquilo, el segundo ya un poco más picante, porque había mucha gente y se sentía que había algo medio raro, habían intentado prender bengalas, pero creo que lo pudieron resolver rápido porque había más movilidad, entonces rápidamente accionaron unas mangueras o algo así y las apagaron. Una semana antes ya se había incendiado la misma mediasombra del techo en un recital de La 25, pero al haber espacio prendieron una manguera y listo. Creo que esto tiene que ver con la histeria del rock, es un poco imprudente y a veces cruel el circuito. Como que no nos cuidaban tanto, pero no las bandas, sino la escena.
Entiendo que te referís a la industria.
Claro, todo se trataba de los fines de la industria, la vorágine de vender y de llenar estadios. Al principio tal vez no lo veía, era más chico, pero con los años empecé a tener esa visión de que el rock en general es un poco así, muy de consumo. Detrás de las bandas hay productores, hay plata en juego, es una industria en la que si te va bien, tenés éxito y todo joya, pero si te va mal, sos cuestionado o no se te dan los lugares de privilegio que tienen otras bandas. Yo creo que Callejeros había ocupado un lugar vacante en toda esa escena del rock, que irrumpieron en los más jóvenes con un rock medio diferente, tenían su esencia.

¿Seguís escuchando Callejeros?
Te digo la verdad, hoy ya no los escucho. No es que me molesten, ni sienta rencor, ni nada. Al contrario, me apena mucho lo que les pasó. Pero en su momento recuerdo que sí, los escuché por primera vez un miércoles en Cemento y tenían su encanto. Por lo menos en ese momento me habían despertado algo copado y empecé a seguirlos mucho. Con amigos fuimos a Obras, al estadio de Atlanta, a La Plata…
Esto es algo que se le suele cuestionar a Callejeros, el hecho de tocar para 15.000 personas y después tocar en Cromañón, que tenía una capacidad de 1000…
Eso es lo que te digo. Noté que el rock tiene esa crueldad, digamos (risas). La gente que maneja las bandas y la escena no está tan pendiente de esas cosas. Es algo tan elemental como decir, «venís de tocar en un estadio para 15.000 personas y lo reventaste. ¿Vas a tocar en Cromañón, por más que sean tres días?» Sabiendo que con Chabán, que por más que haya sido un ícono del under en Argentina y un tipo muy respetado, al menos por los artistas, no era muy descabellado que pase algo así y que no te cuiden.
RECUERDOS DE LA NOCHE MÁS OSCURA

Hablemos de la noche de la tragedia, ¿qué recuerdos tenés?
Me acuerdo obviamente de mucha euforia, porque estaba ahí con la manija para entrar al reci. Habíamos ido con dos amigos viajando y escabiando a full. Eso que tiene el rock también, que es medio barrabravero, ¿viste? (risas) Con el agite, con la previa, con un montón de gente conocida… Éramos varios, pero a esas tres fechas fuimos nosotros tres nada más: Ariel, Ezequiel y yo, ellos eran 8 o 10 años más grandes. Al entrar al recital, primero lo viví con mucha euforia y diversión, y después con pánico, incluso la situación previa al incendio, porque ya cuando entramos estábamos muy aglomerados. Si queríamos ir al baño, había que subir una escalera y era imposible. Era muy difícil atravesar la masa humana. No te podías mover realmente. Me acuerdo que un chico se estaba haciendo pis, se dio vuelta e hizo ahí mismo, entre la gente. Una cosa media rara (risas). Después de eso me acuerdo que pusieron un tema de Los Redondos y se armó un agite. Todavía no había empezado la banda y ya había un agite picante y mucho calor humano. Esa es la sensación que me acuerdo.
Habiendo llegado tan sobre la hora, ¿pudiste acercarte al escenario?
Habré estado a unos 5 o 6 metros, porque tampoco era tan grande el lugar, sin exagerar, sería de unos 30 x 30 metros. Es un lugar que estaba para 1.500 personas cómodo. Y había más del doble o el triple. Era impresionante. Esto era un cuadrado de 30 por 30 con dos escaleras a los costados. Arriba estaban los baños y una especie de platea. Se sentía mucha presión, mucha dificultad para caminar, para moverse, y pasó todo en una fracción de segundos. Me acuerdo que estaba saliendo la banda a tocar y con la misma presión nos fuimos para adelante. Íbamos empujando. Con la banda ya tocando, iba un minuto o menos del primer tema, vi la bengala que voló y se clavó en el techo. Se empezó a hacer un agujero chiquito y en seguida, cuando se empezó a abrir, caía como un plástico que goteaba. Chorreaba como gotas de plástico que caían sobre la gente y se venía abriendo.

¿Cómo reaccionaste en ese momento?
Lo primero que atiné fue agarrarlo a mi amigo, que se quedó así (gesticula, en un ademán de paralizado). Lo agarré a Ariel, lo puse delante mío y empecé a empujar para la puerta de salida. Empecé a empujar y me encontré un embudo de gente que estaba en la misma, empujando. Y las puertas estaban bloqueadas. No me acuerdo ni cómo hicimos, pero empujamos hasta que ¡bum!, se abrieron. No sé si tenían candado o qué, pero estaban cerradas. En ese interín, empujando para salir, pierdo a mi amigo, salgo y no lo veo. Entonces inconscientemente decidí volver a entrar en contra de la marea y lo encontré, Ariel se había caído y se le había dislocado el hombro. Lo levanté como pude y salimos los dos juntos. Y ahí empezó una situación en la que yo pienso que estaba como en piloto automático. Yo no estaba razonando lo que estaba pasando. Tal vez porque era chico, no sé. Salimos y faltaba un amigo más, Ezequiel. Creo que de nosotros tres era el más fanático, yo estaba convencido de que él estaba adelante y lo quería encontrar. Ahí empezó una vorágine de toda la noche buscándolo.
¿Lo estuviste buscando adentro y afuera del boliche?
Adentro y afuera. Y ahí es donde vino lo más traumático. Porque entré y salí muchas veces. El humo me estaba haciendo re mal, pero me ponía una remera en la cara y entraba, y entraba, y entraba…. Mientras tanto, Ariel estaba tirado afuera. Yo tenía una chalina con la que le até el brazo. Entré varias veces, pasaba que un montón de gente ya había salido, pero otros habían quedado adentro. Incluso muchos ya habían muerto rápidamente por el humo y por un montón de cuestiones.

¿Podés recordar algo de lo que hayas llegado a registrar de todas esas veces que entraste al boliche?
Los bomberos habían entrado a tirar agua para apagar el incendio y se había inundado el lugar. Entonces yo entraba tapándome la nariz con una remera. A medida que iba caminando y pateaba a alguien, lo agarraba, cerraba los ojos, más o menos veía la luz de la puerta y llegaba hasta la vereda. Lo tiraba y me fijaba si era mi amigo, si estaba más o menos vivo y venía rápido alguien a socorrerlo. A veces no sabía si estaban vivos o no. Escalofriante, ahora que lo pienso… Fue algo muy instintivo. Pasó todo en una fracción de segundos y no lo noté, por eso te digo que yo pienso que estaba como en piloto automático.
Habrás ayudado a salvar a varias personas…
Algunas sí, otras creo que ya no. En un momento me fui a avisar a mis viejos desde un barcito en la esquina, que tenía un teléfono público. Mi mamá me atendió en un ataque de llanto, porque obviamente había visto las noticias en Crónica. Yo miraba en Crónica y primero decía, «hay cuatro muertos», a medida que me iba, entraba, salía y entraba y salía… el número de muertos se actualizaba: diez muertos, doce muertos, dieciocho muertos, treinta muertos, cuarenta muertos. Cada vez que volvía y miraba la tele no lo podía creer. Y claro, yo no me daba cuenta, pero en un momento, en una de las veces que salgo sobre la vereda, había filas de cadáveres, gente apilada ahí. Todavía no había llegado la policía. Después de media hora empezaron a llegar los forenses, médicos por todos lados, ambulancias… Yo estuve en el lugar hasta las siete o seis de la mañana.

Al menos ya habías avisado en tu casa que estabas bien…
A mi vieja le avisé que estaba bien y ella le avisó a mi papá. Él trabajaba en el Hotel Sheraton, en Capital Federal, y abandonó el puesto de trabajo para salir a buscarme por todos lados. Después yo sentía culpa de que mi viejo haya perdido su trabajo.
¿Lo echaron del trabajo por irse a buscarte esa noche?
Lo echaron por ir a buscarme, sí. Mi viejo era bombero. Entonces él con su credencial iba a los hospitales, podía entrar y acceder, iba a las morgues, me andaba buscando por todos lados. Porque iba a la plaza, caminaba por todos lados y no me encontraba. También por su flash, porque él estaba tan shockeado que capaz no me vio, pero tal vez nos habremos cruzado. Me estoy acordando y estoy flasheando.
Ambos estaban en constante movimiento, imagino que era muy difícil encontrarse.
Fue terrible. Terminé en el Hospital Ramos Mejía, llevando gente que no conocía, después de que encontré a mis amigos. Porque finalmente encontré a Ezequiel. Tenía una pelota de hollín en la garganta que no lo dejaba respirar. Estaba tirado, lo encontré en la plaza, se ve que alguien ya lo había sacado. Vino una ambulancia, no sé cómo lo dimos vuelta y empezó a vomitar, largó todo negro y empezó a respirar. Le pusieron una mascarilla y lo subieron a la ambulancia, y a Ariel también, lo ataron y lo subieron a la misma. Ahí me quedé tranquilo y empecé a buscar a otra gente conocida. Me acuerdo que tenía una sola zapatilla puesta. No me había dado cuenta que estuve toda la noche caminando con una zapatilla sola y me faltaba la otra. Seguí caminando por ahí y encontré a una chica que estaba muy mal. La llevamos al hospital Ramos Mejía en Once, que quedaba muy cerca. Ya no había ambulancias, estaba todo colapsado. La llevamos caminando con otra piba. Yo no las conocía. Se la dio una enfermera que la atendió, y entonces vi como se me empezaban a cerrar los ojos y me desmayé. Me desperté y tenía un tubo en la garganta, como en la película Matrix, cuando Neo se despierta en una cápsula (risas). Y estaba ahí con una especie de sonda. Había respirado tanto hollín que tenía las vías respiratorias tapadas. Sentía como si el calor me hubiese quemado por dentro.

Según los datos que circulan, cerca del 40% de las víctimas fatales murieron por haber entrado a socorrer a los demás, pudiste haber sido uno de esos…
Tranquilamente, yo fui muy imprudente, me acuerdo que las últimas veces que entraba ya no daba más. Sentía el cuerpo cansado, entraba y caminaba entre el agua, no veía nada, estaba todo oscuro. Mi único objetivo era asegurarme de que mis amigos estaban bien. En el camino trataba de ayudar a toda la gente que podía.
Más allá de la imprudencia que mencionás, también tuviste bastante lucidez para actuar en una situación así.
Yo había tomado bastante alcohol, pero cuando pasó todo me rescaté. No sé cómo, pero estaba lúcido. No me apabulló la situación. Al contrario, me impulsó a decir, «che, mis amigos, los tengo que encontrar». Además de mis amigos, yo conocía un montón de gente. A cada rato me cruzaba a alguien que preguntaba, «che, ¿lo viste a fulano?»
Eras el menor y terminaste interviniendo tanto por Ariel como por Ezequiel.
Ariel, que lo encontré primero, realmente estaba tirado en el piso. Lo habían pasado por arriba y estaba con el hombro dislocado. Creo que fue todo un poco más traumático para ellos. Creo que en algún momento sintieron que la muerte los azotaba.
LA VIDA DESPUÉS

¿Cómo fueron tus primeros meses después de Cromañón?
Estuve como dos meses internado en el hospital y después un montón de años en tratamiento. Fui conociendo a otros chicos que me contaban sus historias, los familiares, la gente que perdieron…
¿Recibiste tratamiento psicológico?
Sí, porque yo era un niño y, claro, me costaba todo. Yo estaba recién empezando la secundaria. Tuve que dejar de estudiar y empecé a ir al vespertino, porque durante el día estaba en el médico. Durante meses, me iba con mi papá a las 6 de la mañana y volvía a las 7 u 8 de la noche. Estudios, tratamientos, estudios, tratamientos… y medicación, mucha medicación. Por suerte, con el tiempo, me pude ir despegando.
¿Cómo te sentías? ¿Estabas deprimido, ansioso? ¿Sentías pánico? ¿Cómo se manifestaba el estrés post traumático?
Yo creo que lo que más sentía era pánico. Estaba atormentado con los recuerdos. Me acostaba y no podía dormir. Me venían sueños. En un momento retomé la escuela, pero trataba de estudiar y hacer cosas y no lograba conectar con… (piensa) no sé, con una parte de tranquilidad, con poder razonar algo simple. Estaba como en una nube, me costaba bajar. Lo hablaba en terapia y me pasaban una medicación que me estabilizaba.
¿Dónde hiciste el tratamiento?
En el Hospital Ramos Mejía, en Once.
Volvías constantemente a donde sucedió todo…
Aparte de volver ahí, había también toda una especie de rosca política entre familiares, bandas, fanáticos… Y yo estaba en una dualidad, porque me gustaba la banda, los quería y no quería reconocerlos responsables. Pero al mismo tiempo veía el dolor de cientos de familias que habían perdido a sus seres queridos.
¿Hoy sentís que la banda es responsable?
En realidad, no. De verdad, nunca los sentí responsables. Sí es obvio que hubo imprudencias. Pero, como te decía antes, me sale más el cuestionamiento hacia la escena, hacia el rock en general. Por lo menos el rock desde el lugar comercial o de la industria. Una industria medio criminal. Porque en un momento también ponen a las bandas en un rol, en un juego que puede llegar a tener consecuencias como esta. Siento que ellos también fueron víctimas de todo lo que pasó. Ellos también cayeron en la trampa, digamos. Porque también caímos nosotros. Todas las personas estábamos ahí. Yo creo que todos sabían que algo no estaba bien. Había mucha gente, mucha presión. ¿Viste cuando falta el oxígeno en un lugar? Pensé eso durante un montón de tiempo pero nunca tuve un resentimiento hacia la banda. Al contrario, pensaba en que estos chabones eran músicos, artistas que tal vez soñaron con vivir de la música y terminaron en la cárcel, pagando la muerte de un montón de personas.
Te hago la última, solo por una cuestión de practicidad, para hacer esta entrevista te agendé como Gonza (Cromañón), entonces me preguntaba si considerás que Cromañón es algo que en algún punto te define.
Yo creo que sí. Es algo que es re indeleble, no se va. No sé si marcó mi personalidad o mi forma de ser, pero si tomé conciencia rápido de cómo eran algunas cosas. A mí siempre me gustó tocar, de hecho tengo dos bandas, y siempre traté de interpretar eso, que en donde hay una escena hay nichos, hay formas y siempre está el capital detrás de todo, que convierte todo lo que toca. Me parece que las bandas, incluso las que tienen mucho alcance a los jóvenes, son vehículos rápidamente cooptados para eso.

Respirando desde 1988. A veces tocando, a veces escribiendo. Ocasionalmente columnista del Diario La Tercera, Plan B Fotorock y Revista The13th. Toqué en Sarcástico, Tiempo y Forma, Cultura Pájaro, TrueScope, y otros grupos. Fanático del mate y de los gatos. Arquero. Cuervo.