Un 14 de marzo como este pero de 1983, veía la luz el single «Let’s Dance», el principal single del álbum homónimo de David Bowie de ese mismo año. Grabado el año anterior en los estudios Power Station de Manhattan, adornado con un solo del por entonces ascendente Stevie Ray Vaughan, escrito por el legendario Duque Blanco y producido por el no menos legendario guitarrista y cofundador de Chic, Nile Rodgers, no tardó en convertise en uno de sus temas más populares, más difundidos y más vendidos en todo el mundo. Para recordarlo, combinamos las memorias de su confección y grabación que el talentoso Rodgers ofreció a la célebre revista estadounidense Time y al diario inglés The Guardian, ambos en 2016: no se inquieten por la actualidad porque los recuerdos, al igual que los diamantes (y la buena música en este caso) son eternos.
La primera vez que escuché el nombre «David Bowie» resultó también la manera mas cool de conocer a un artista. Fui a un restaurante en Miami Beach a principios de la década de 1970, y la chica que era fotógrafa del restaurante me invitó a ir con ella a una playa nudista y dormir bajo las estrellas desnudos y escuchar a su artista favorito. ¡Por supuesto que acepté! Nos tiramos en la playa nudista toda la noche escuchando el álbum de «Ziggy Stardust»… Después de eso, ¿cómo podría no haberme vuelto fan? Ella era fabulosa, la música era genial. No podía quitarme de la cabeza «Suffragette City». Creo que nunca le conté eso a David.
Cuando llegué a conocerlo también fue increíble, ¡aunque estábamos completamente vestidos esa vez! David y yo nos conocimos en un club nocturno muy grande llamado The Continental en Nueva York. Entré allí con Billy Idol alrededor de las 5 AM y ambos lo vimos al mismo tiempo. Billy dijo: «¡Maldita sea, es David fuckin’ Bowie!». Estaba sentado allí solo, bebiendo jugo de naranja. Me acerqué a David y comencé a charlar con él. Le dije: “Oíme, vivís en el mismo edificio que Luther Vandross y todos mis amigos”, y comenzamos a hablar. En dos segundos, nos conectamos espiritual y artísticamente, y no recuerdo haber hablado con nadie más en toda la noche.
Hablamos en primer lugar sobre los jóvenes estadounidenses y pronto dio paso a una conversación sobre nuestro mutuo amor por el jazz. Sabía que este tipo no estaba bromeando, no estaba fingiendo en absoluto. Todas las personas de las que hablaba eran compositores y músicos a los que idolatraba, y estoy hablando de toda la gama, desde los artistas underground más vanguardistas hasta cosas que alguna vez podría haber considerado un poco cursi, como Stan Getz. David conocía el jazz casi al nivel de un musicólogo. Le tiraba un nombre y me decía: «¡Dios mío, compré su tercer álbum!». Durante todos los años que conocí a David, teníamos esta promesa continua, desafortunadamente nunca concretada, de que un día íbamos a hacer un cover de la versión de «I Walk On Guilded Splinters» de Dr. John; creo que esa noche se nos ocurrió esa idea completamente absurda.
Una semana después de esa conversación, llamó a mi casa y nos pusimos en marcha con «Let’s Dance». Antes de escribir una sola pieza musical para ese álbum, hicimos un proyecto de investigación en el que tocamos muchos discos y hablamos sobre lo que el álbum quería decir, cómo debería sonar como un todo. Entonces, un día, David dijo: “Nile, así es como quiero que suene mi álbum”, y me mostró una foto de Little Richard con un traje rojo subiéndose a un Cadillac convertible también rojo… ¡¿Cómo se traduce eso ?! Pero en realidad sabía exactamente lo que quería decir, y ese fue el punto donde me di cuenta de que David Bowie era el Picasso del rock’n’roll. Se sentía incómodo conmigo cuando lo llamaba así, pero lo hice de todos modos. Porque me di cuenta de que veía el mundo de una manera abstracta, además de la forma en que todos lo vemos. Y lo que esa imagen significaba no era que quisiera un disco retro o algo basado en la música de Little Richard, sino que quería algo que siempre se viera moderno. Me mostró el futuro y el pasado y era como esos arboles de hojas perennes. El Cadillac de alto diseño y el traje rojo monocromático: esa foto fue tomada en la década de 1960, ¡pero aún le parecería moderna a alguien en el año 3000!
Al comienzo del proyecto, David me había dicho: «Nile, quiero que hagas lo que mejor hacés: lograr éxitos». Eso me ofendió un poco, aunque lo superé. También estaba un poco perplejo, ¡porque las canciones no me sonaban como hits! Recuerdo que interpretó «China Girl», ¡y pensé que sonaba como una canción de cara B!
Pero luego pensé en mis canciones y en cómo todas comienzan con un hook (N. gancho), porque en el mundo negro no tenemos muchas estaciones de radio ni posibilidades de conseguir un éxito, así que tenés que servirle a la gente el postre antes del plato principal. Entonces me dije: pongamos los ganchos al principio. Dejemos que las primeras palabras que salgan de su boca sean «Let’s dance!»(N. ¡Bailemos!). David se opuso a esto por un tiempo aunque luego entendió por qué. Años más tarde, en una ceremonia de premiación, me estaba entregando un premio y dijo: “Damas y caballeros, me siento honrado de darle esto a Nile Rodgers, ¡el único hombre en la tierra que pudo hacerme comenzar una canción con el estribillo!»
Pero mi historia favorita de todas esas sesiones fue cuando reorganizamos las canciones. En un momento dado, me vuelta y le dije: «Oíme, David, ¿hice esta canción demasiado funky?». Me miró y dijo: «No, querido, ¿existe tal cosa?»… Me encantó, es la mejor respuesta que podría haberme dado y la uso cada vez que puedo. Porque, por supuesto, no existe tal cosa: si hacés algo demasiado funky, ¡alcanzaste el nirvana!
Trabajar en el álbum «Let’s Dance» en 1982 fue probablemente la mejor experiencia de mi vida porque cambió totalmente mi vida, y cambió totalmente la suya. En este momento me encontraba a unas pocas semanas de ser despedido de mi sello. Éramos él y yo contra el mundo. Lo hicimos nosotros mismos y él financió el proyecto. Fue el disco más fácil que hice en mi vida. Tomó 17 días de principio a fin; desde el momento en que entramos al estudio hasta el día 17, el disco se mezcló y terminó y nunca se volvió a tocar.
Terminamos muy rápido porque estábamos en la misma onda y la mitad de las canciones eran covers: «China Girl» ya había salido con Iggy Pop, «Criminal World» era una canción de otra banda, Metro, y «Cat People (Putting Out Fire)” ya la había hecho con Giorgio Moroder para la película «Cat People». El hecho de que David pudiera tomar canciones antiguas y reinventarlas de una manera nueva te da una gran idea de cómo él veía el mundo. Por eso lo apodé “El Picasso del rock and roll”: veía las cosas desde una perspectiva diferente. Si le mostraba un ananá, me decía: «Guau, es fantástico, pero, ¿has visto esto?»… Incluso aunque estuviéramos viendo lo mismo, él veía algo nuevo.
No todo en lo que trabajamos juntos fue como «Let’s» Dance«. David siempre estaba cambiando y eso era lo interesante de él. Una vez me dijo que sentía que tenía la responsabilidad de cambiar incluso consigo mismo: «No hago lo que la gente quiere que haga», dijo. “Hago lo que quiero hacer, quiero hacer. No para ofenderlos, sino porque así es como lo escucho».
Era increíblemente artístico, siempre inspiraba a las personas que lo rodeaban a hacer algo interesante. Su mentalidad sería: no hagas lo lógico, probá lo ilógico y fijate si funciona. Y entonces hacíamos eso. ¿Y saben qué? La mayor parte del tiempo funcionó.
Periodista especializado en artes, espectáculos, gastronomía y cultura pop. Co-fundador de las revistas argentinas Riff Raff (entre 1985-86) y Madhouse desde 1989 hasta 2001. Director del primer fanzine de habla hispana dedicado a Kiss y autor junto a Carlos Parise del libro «Heavy Metal Argentino» (1993).