«Fallopian Rhapsody: The Story Of The Lunachicks», con Jeanne Fury (Hachette, 2021, 352 págs)

«Pablos hay muchos y andando por el mundo van cantando«, decía una vieja canción del uruguayo Daniel Viglietti. Pablos quién sabe, pero bandas de culto sí hay muchas, para todos los gustos y en todas las latitudes. Una buen ejemplo de lo que es una banda de culto lo constituyen las Lunachicks, heroínas (bastante) anónimas del mundo del indie rock de los noventa y lo que se dice una auténtica fuerza de la naturaleza. Gina Volpe, Theo Kogan, Sydney «Squid» Silver y Sindi Benezra eran cuatro adolescentes que estudiaban en la secundaria especializada en música, arte e interpretación Fiorello H. LaGuardia en la semisalvaje Nueva York de los años 80, cuyo amor en común por el punk rock y las películas de John Waters las inspiró a formar una banda, que se completaría y afianzaría con la baterista Becky Wreck. ¿De qué? De punk rock, claro.

En un universo pre-internet (que existió, oigan), las cuatro se promocionaban con volantes fotocopiados, recorrían ferias de ropa usada de todo el país en busca de los atuendos más extravagantes, le tiraban queso Velveeta (un invento yanqui parecido al queso Adler) a los transeúntes pervertidos, e incluso llegaban a agarrarse a piñas cuando es necesario. Aprendieron a vivir juntas en una camioneta, a dormir en casas (y pisos, y pasillos) de extraños, a bancárselas juntas en los peores momentos, con los shows en vivo y los aplausos casi como única recompensa. Aunque la banda siempre se declaró 100% feminista, su música (que mezclaba ferozmente punk, hard rock, heavy metal y pop) y su show escénico adoptó el humor bizarro y la teatralidad de las películas clase B y las sitcoms de los setenta. Desafiando el machismo del mundo de la música en todos los niveles, el vínculo de amistad de las Lunachicks las sostuvo a lo largo de 12 años, pero su popularidad no se tradujo jamás en el éxito comercial que vieron lograr a muchos de sus pares masculinos.

Hasta aquí una pequeña biografía de las temibles Lunachicks, como para meternos en el tema con los principales hechos debidamente repasados. Pero biografías básicas hay por toda la internet y las escasas palabras de aquí arriba muy posiblemente les hayan despertado el sentido de la curiosidad; por suerte en junio de este año se editó «Fallopian Rhapsody», un relato colectivo de la banda al cual le dio forma Jeanne Fury, periodista musical cuyo frondoso prontuario incluye reconocidos medios estadounidenses como The Village Voice, Billboard, Entertainment Weekly, rollingstone.com, spin.com y NYMag.com, por citar algunos. La historia se inicia en la mencionada escuela secundaria, en una época en la que Nueva York todavía era un lugar difícil para vivir. La hoy conocida Avenue D era un páramo y Brooklyn seguía siendo un barrio de clase trabajadora que aún no tenía síntomas del fenómeno conocido como gentrificación. Una cospel o ficha de subte, como se explica en el libro, compraba aventuras que los suburbios de clase media del resto EE.UU. nunca hubieran soñado. Al principio, la banda comenzó a cultivar el interés de la prensa y también de Kim Gordon y Thurston Moore de Sonic Youth, sus iniciales descubridores. Sorprendentemente, ambas experiencias trajeron más turbulencias que éxitos inmediatos. Otra figura conocida, Fat Mike de los punkis NOFX, produjo al grupo en un momento y tenía sus propias ideas sobre cómo debía cantar Theo; la cantante terminó saliendo furiosa de una reunión con el productor, dando un portazo y yendo a una tienda de la esquina a curar sus frustraciones con diversos snacks… Uno de los detalles más importantes del libro es que queda claro que The Lunachicks hicieron siempre las cosas en sus propios términos. Estaban abiertas a sugerencias, pero finalmente la banda se mantuvo fiel a sí misma con su sentido del humor tan filoso como intacto.

«¡Nos comentan en MADHOUSE y yo con estas mechas!»

Por supuesto, en el relato hay varios de los componentes típicos de la historia del rock and roll que experimentan la mayoría de las bandas exitosas, pero la forma en que se cuenta la historia no es de ninguna manera redundante. Lo primero que se nota en los recuerdos es el sentido del humor colectivo, tal vez la principal razón por la que las integrantes de la banda mantienen su amistad después de todos estos años, sin que esto signifique que no tuvieran su lado serio. Adicciones. Dramas. Peleas. Desacuerdos. Violencia. Algunas integrantes se fueron y se incorporaron nuevas, como pasó con Becky Wreck quien oportunamente fuera reemplazada por Chip English. Sindi B. siempre tenía suficiente dinero en efectivo para tomárselas en medio de una gira si así lo deseaba y, posteriormente, terminó separándose de la banda… Las Lunachicks nunca obtuvieron el reconocimiento que merecían y el éxito siempre les resultó esquivo; quizá puede deberse al hecho de que fueran una banda femenina, aunque también tiene que ver con la época en que comenzaron a ganar espacio en la prensa. Se veían bastante diferentes en términos de imagen: en un momento en que la mayoría de las bandas de principios de los 90 parecían recién salidas de trabajar en un aserradero, las Lunachicks aparecieron con un explosivo look punk rocker-glam-proto travesti que sobresalía claramente del resto. Esta fue una imagen teatral creada por la banda y un contraste bienvenido con la hiperabundancia de camisas de franela a cuadros en cada video en MTV.

Pero no solo la forma fue diferente, sino también el fondo: Theo escribía letras lúcidas, ácidas e inteligentes, donde se mezclan críticas sociales junto con temas serios como la violación y el sexismo, alternandose sólidamente (no podían con su genio) con canciones sobre las rosquitas conocidas como donuts o juguetes sexuales como el butt plug (!). En vivo se la recontrabancaban y estaban a la altura de cualquier banda del circuito de giras nacionales o internacionales. Sydney y sus fuertes coros siempre fueron lo más destacado en sus sets, donde Gina y su guitarra conducían la música del grupo mientras hacían concierto tras concierto, año tras año. Tocaron en todas partes. En el libro, la banda recuerda algunas de las experiencias más duras que tuvieron, así como algunas de las más cómicas: iban en barra contra los dueños de los clubes y los humillaban, se agarraban a trompadas con hombres en plena calle, robaron los masters de su primer disco solo para terminar perdiéndolos y el humor de todo esto refleja el espíritu del cuarteto. Hicieron giras sin descanso y ganaron un gran número de fans hasta que decidieron deternerse. Pero nunca terminaron del todo: se tomaron una pausa larga para trabajar en otros proyectos (bandas como Bantam, Theo & The Skyscrapers, Lez Zeppelin, etc., además de actuación, modelaje e incluso gastronomía) e intentaron comenzar a tocar en vivo nuevamente el año pasado solo para ser redirigidas a la cuarentena debido a la pandemia. Esto duró hasta el 26 de septiembre p.pdo., cuando las Lunachicks tocaron en el escenario principal del festival Punk Rock Bowling en Las Vegas, abriendo para Devo, en lo que fue la primera presentación del grupo en 17 años. ¿El futuro? El tiempo lo dirá.

“El mero nombre de las Lunachicks es de por sí un golpe de genialidad, y que dios las bendiga por mantener viva la fe en el Rock. Hoy ‘Fallopian Rhapsody’ confirma el mito, y después de leer el libro, adelgacé, mi cabello se volvió más grueso, mis uñas se volvieron lo suficientemente fuertes como para trepar a los árboles y mi vida sexual se disparó a alturas increíbles”, afirma la más que autorizada voz de Debbie Harry de Blondie, con el mismo ácido humor de sus pares neoyorquinas… Mujeres hay muchas y andando por el mundo van cantando, pero en general las mujeres en la música son reducidas a una mención de honor en los libros de historia, y eso si acaso se las menciona. Por eso este libro es importante: no es un cuento con moraleja y no son unas memorias comunes y corrientes, es simplemente uno de esos libros que te atrapa y leés de un tirón. Con todos los dramas del mundo en este momento, el mundo necesita a The Lunachicks de vuelta. Y este libro es el compañero perfecto para un regreso largo y esperado.

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