«Piazzolla, El Mal Entendido», por Diego Fischerman y Abel Gilbert. 449 págs. Debate, 2021
Hace exactamente un siglo, Mar del Plata no era como la conocemos hoy. Por aquel entonces se trataba apenas de una pequeña ciudad a la que sólo la minoría acomodada podía acceder cuando se acercaba el verano. El 11 de marzo de 1921, Vicente Piazzolla (el futuro Nonino) decide homenajear a un amigo italiano, llamando Astor a su hijo recién nacido. La salvedad es que lo hace deformando el nombre: su amigo se llamaba Atorre, en realidad. Estamos ante el primer malentendido en la vida del “mal entendido”, ese hombre que arranca siendo singular con su primer aliento llamándose como nadie antes. Iniciar la biografía con ese dato actúa como gancho inmediato para el lector, además de empezar a trazar una semblanza perfecta del protagonista de la historia que está por venir.
Llevada adelante por Abel Gilbert, responsable también del muy recomendable “Satisfaction En la ESMA” (una reflexión sobre la música en los “años de plomo”) y el músico, escritor y periodista Diego Fischerman, “Piazzolla, El Mal Entendido” es hasta la fecha, tal vez la más exhaustiva aproximación a la figura que intenta describir. Si bien podemos poner en el mismo lote a “Los Años Del Tiburón”, el documental estrenado por Daniel Rosenfeld en 2018, “El Mal…” lo aventaja por la capacidad de extensión y de profundidad que le confiere la palabra escrita. A lo largo de sus más de 500 páginas, los autores deciden con acierto, no detenerse sólo en el análisis de la faceta pública, haciendo una recorrida completa por su vida personal como un modo de poder entender de una manera precisa al artista y su obra.
Si ya el nombre de pila hacía de Piazzolla alguien diferente, su temprana infancia también ayudará a forjar una personalidad propia, que estará atravesada tanto por la contradicción como por la ambigüedad. La paradoja inicial, si se quiere la más grosera, es que el hombre que revolucionaría la música de Buenos Aires se crió… en Nueva York. Su etapa formativa se desarrollará no en el arrabal porteño, sino en la ciudad más cosmopolita del mundo, la cuna de la modernidad (“la Nueva Babel», según Gilbert y Fischerman), habitada por rascacielos y adelantos tecnológicos. Nada de farolitos, ningún Caminito a la vista. Hasta ahí el paisaje. Tratándose de quien se trata, lo siguiente sería preguntarse qué tipo de música sonaba en ese entorno. La banda de sonido de los años mozos de Piazzolla va a verse desdoblada, como si se tratase de un vinilo con dos caras bien distintas. Del lado A un estilo, en el lado B, otro: en la calle el jazz, en casa el tango. En el seno familiar había un fuerte rasgo melómano. Vicente Piazzolla era acordeonista aficionado, y hallará en la música una salida resiliente para su hijo. El pequeño Astor sufría una deformidad congénita en una de sus piernas, y eso lo alejaba del deporte y otros juegos infantiles.
Papá Vicente vio en el bandoneón una herramienta para sacarlo de esos momentos de soledad. Pero esa herramienta era una rareza en Manhattan, un instrumento exótico y su ejecución, indescifrable. Aprende a tocarlo por su cuenta o tomando clases con maestros de música que jamás han tenido ese “fuelle estrafalario” en sus manos. El genio de Piazzolla, sus características sobresalientes, están explicadas en buena parte por esa formación en el exilio y fuera de contexto. Cuando conoce tempranamente a Carlos Gardel (con apenas 13 años interpretó a un canillita en “El Día Que Me Quieras”, filmada en NY), el Zorzal Criollo lo escucha tocar algunas piezas en el set. Como devolución, le dice “Pibe, vas a ser un gran bandoneonista, pero tocás como un gallego”. Ese rasgo de bicho raro, de alguien que no termina de ser de “acá” ni de “allá”, será un signo que acompañará a Piazzolla en su futura carrera, cuando sus intentos por aggiornar el estilo serán rechazados por la vieja guardia tanguera, negándole su pertenencia al género. Pero no sólo de jazz se alimenta la sed musical del joven Piazzolla por esos años. En La Gran Manzana también descubre a Bartok, Gershwin y a Bach, ampliando su carácter ecléctico.
El regreso a Mar del Plata y su radicación posterior en Buenos Aires con el fin de perfilarse definitivamente como músico profesional, son dos capítulos que no podían faltar en una biografía que se precie de ser completa. A partir de allí, se formarán vínculos con otros nombres ilustres con los que se cruzó a lo largo de su carrera, dejando en más de un caso, algunos datos curiosos. Enterarnos, por ejemplo, de su relación con un joven Alberto Ginastera, del cual Piazzolla fue el primer alumno en recibir lecciones de composición del maestro. Es Ginastera el que le recomienda a Piazzolla asistir a ensayos de las grandes orquestas sinfónicas que se presentaban en la ciudad por aquellos años. También le inculca a su discípulo la necesidad de todo artista a abrirse a otras disciplinas. Es necesario nutrirse también del cine, la literatura, la pintura, el teatro. Otro “formador” de importancia es Aníbal Troilo, que aparece como el mecenas que le abre la puerta grande de la escena porteña, primero como bandoneonista de su orquesta y luego como arreglador, sabiendo además moderar con paciencia el entusiasmo vanguardista de su colaborador. “De mil notas que escribo, ‘El Gordo’ me borra setecientas”, solía bromear Astor cuando recordaba sus años con Pichuco.
A comienzos de la década del 50, Piazzolla viaja a París, donde se encuentra con la compositora y directora de orquesta francesa Nadia Boulanger. Astor desembarca en la Ciudad Luz con una disyuntiva: seguir con el tango o inclinarse por la música clásica. Boulanger le aclara el panorama, haciéndole ver que en esa manera de componer, que agregaba elementos de otros estilos, radicaba su identidad, su sello como artista. Quizás sea ese el verdadero momento iniciático, la hora en la que Piazzolla termina de definirse. Después, el texto nos zambulle en el nudo de la trama: a su regreso, emprenderá su propio «camino del héroe” y ya no hará concesiones. Piazzolla ya no es una promesa sino un nombre consagrado y amenazante para el conservadurismo del establishment tanguero, que lo acusa de “asesinar al tango”. En su ideario musical, no había lugar para el estancamiento.
La vuelta de Piazzolla al ambiente porteño se da en un momento muy particular en ese sentido. Los autores citan una frase de Piglia que define con exactitud el estado de las cosas: «Los tangos no reflejan una realidad, sino que la postulan. Nadie puede decir que la ciudad de Buenos Aires es como la describen los tangos”. También recurren a Borges: “La imagen que tenemos de la ciudad siempre es anacrónica. El café ha degenerado en bar; el zaguán que nos dejaba entrever los patios y la parra, es ahora un borroso corredor con un ascensor en el fondo”. Piazzolla también tenía algo para decir. “Tipos como Troilo, hace años que tocan lo mismo. Para mí es inconcebible. El estado ideal de un músico debe ser estar en constante cambio”. Esa mirada que se adelantaba a la idea de “lo progresivo” en la música, será la clave para que, en las próximas décadas, el naciente rock argentino lo rescatará como una figura a reivindicar. En esta historia, otra vez la venganza es un plato que se come frío.
Es sabido que no existe artista que no se vea afectado por su entorno. En el intento por explicar al personaje, no podían quedar al margen el contexto social en los que desarrolló su obra. Los autores abordan las distintas coyunturas políticas que vivió el país en el siglo pasado y las posturas que el protagonista adoptó ante las mismas, dando pie a que se manifiesten -otra vez- las contradicciones que lo habitaban. Ese hombre que en el plano musical era revolución pura, en lo político era un reaccionario. La llegada del peronismo lo encontró en la vereda opuesta, aunque reconoció que durante ese período “se apoyó a la música nacional”. Su vínculo con las dictaduras latinoamericanas de los 70 es mucho más sombrío. Llegó a reivindicar públicamente a Pinochet, aceptó cenar con Videla, y en sus presentaciones en territorio europeo, los miembros de cancillería de La Junta Militar eran publico recurrente. Otra vez Piazzolla y sus paradojas.
Queda para el cierre de este repaso por “Piazzolla, El Mal Entendido”, determinar si la biografía que tenemos entre manos cumple con la premisa que enuncia en su título. ¿Por qué Piazzolla es hoy la figura qué es, tanto en el plano local como internacional? ¿Cuáles son las razones que lo volvieron centro de polémicas e incomprensiones? ¿Por qué su producción musical fue tan personal que podría hablarse de “piazzollesco” como un estilo? A esos interrogantes el libro responde con una precisión casi detectivesca: no sólo explica al personaje, también lo justifica. Después de leer «El Mal…», esta vez se entiende el porqué de su legado y el modo que eligió para crearlo, lo que no es poca cosa. De lectura obligada, tanto para los admiradores del Gran Astor como para todo melómano que se precie de tal.
Porteño, cincuentón, melómano, cinéfilo, amante del whisky y la cocina. Licenciado en comunicación, fue agente de prensa en organismos públicos, se desempeñó como productor e investigador periodístico en Arte Canal y participó como redactor de los suplementos “No” y “Turismo 12” de Página/12 y de la versión impresa de Madhouse. Como Do Carmo, baterista frustrado, padre de dos rubias y hombre librepensador.