Cada tanto, navegando por la web, aparecen sorpresas de lo más interesante. Como esta, que refleja no solo el proceso creativo de una gran artista sino la influencia decisiva de otra gran creadora no solo en su obra sino también en su vida. Rescatada por el Smithsonian Institute de Nueva York, la carta que tanto impactó a la poetisa punk Patti Smith data de 1940 y fue escrita por la célebre artista mexicana Frida Kahlo; sellada con un beso, refleja el «amor humano terrenal» entre Kahlo y su colega, el artista Diego Rivera. A continuación, la Smith cuenta en qué medida este manuscrito fue decisivo para ella.

Mi madre, una camarera, fue muy diligente en averiguar en qué me metía, para así poder comprarme los libros adecuados. Para mi 16º cumpleaños encontró «La Fabulosa Vida De Diego Rivera», una enorme y muy famosa biografía. Yo ya había decidido ser artista y también soñaba con conocer a otro artista y que entre ambos nos apoyáramos con nuestros trabajos. Este libro fue perfecto. Todas las relaciones que tuvo Diego Rivera fueron muy interesantes, pero Frida Kahlo fue, con mucho, la más convincente y duradera. La amé. Me cautivaron su belleza, su sufrimiento, su trabajo. Siendo una chica alta con trenzas negras, me dio una nueva forma de trenzar mi cabello. A veces me daba por usar sombrero de paja, como Diego Rivera.

En cierto modo, ellos fueron un modelo para mí y me ayudaron a prepararme realmente para mi vida con Robert (N. Mapplethorpe, el difunto fotógrafo y colaborador de Smith desde hace mucho tiempo). Estos eran dos artistas que creían el uno en el otro, y cada uno confiaba en el otro como pastor de su arte. Y valió la pena luchar por eso a través de sus amores, peleas, decepciones y discusiones. Siempre volvían el uno al otro a través del trabajo. Estaban perdidos el uno sin el otro. Robert solía decir que cualquier trabajo que hacía no se sentía completo hasta que lo miraba. Diego estaba ansioso por mostrarle a Frida el progreso de sus murales y ella le mostraba sus cuadernos. El último cuadro que Frida pintó en su vida fueron las sandías, y al final de su vida, Diego también pintó sandías. Siempre pensé que era hermoso: esta fruta verde que se abre, la pulpa, la carne, la sangre, esas semillas negras.

Uno sueña que podríamos conocer a estas personas que tanto admiramos, verlas en sus vidas. Siempre he tenido ese impulso. ¿Por qué la gente va a Asís, donde San Francisco le cantó a los pájaros y ellos le cantaron a él? ¿Por qué la gente va a Jerusalén, a La Meca? No tiene que ser por algo basado en la religión. He visto el vestido de Emily Dickinson y las tazas de té de Emily Brontë. Fui a buscar la casa donde nació mi padre. Tengo la remera de bebé de mi hijo porque él la usaba. No es más ni menos preciosa para mí que las sandalias de San Francisco.

El Museo de Frida Kahlo en la Casa Azul de Coyoacán, México DF, donde Frida y Diego vivieron 14 años juntos. (Foto: Patrick Frilet)

En 2012, viajé a Casa Azul en la Ciudad de México, aquella casa donde llevaron su vida juntos. Vi las calles por donde caminaban y los parques donde se sentaban. Bebí un sorbo de jugo de sandía en el vaso de papel de un vendedor ambulante. Casa Azul, ahora un museo, estaba tan abierta. Se podían ver sus artefactos, dónde dormían, dónde trabajaban. Vi las muletas y los frascos de medicinas de Frida y las mariposas montadas sobre su cama, así que tenía algo hermoso que ver después de perder la pierna. Toqué sus vestidos, sus corsés de cuero. Vi los viejos overoles y tirantes de Diego y sentí su presencia. Tenía migraña y el director del museo me hizo dormir en la habitación de Diego, contigua a la de Frida. Era tan humilde, solo una modesta cama de madera con una colcha blanca. Me restauró, me calmó. Me vino una canción mientras yacía allí, acerca de las mariposas sobre la cama de Frida. Poco después de despertar, la canté en el jardín ante 200 invitados.

No pretendo romantizar todo. No veo a estos dos como modelos de comportamiento. Ahora, como adulta, entiendo tanto sus grandes fortalezas como sus debilidades. Frida nunca pudo tener hijos. Cuando tienes un bebé tienes que renunciar a tu egocentrismo, pero fueron capaces de actuar como niños malcriados entre ellos durante toda su vida. Si hubieran tenido hijos, su curso se habría alterado… La lección más importante, sin embargo, no son sus indiscreciones y amores, sino su devoción. Sus identidades fueron magnificadas por el otro. Pasaron por sus altibajos, se separaron, volvieron a estar juntos, hasta el final de sus vidas. Eso es lo que sentí incluso a los 16 años. Eso es lo que Robert y yo experimentamos que nunca disminuyó.

Esta carta de Frida a Diego -garabateada en un sobre que una vez usó para guardar objetos de valor durante una estadía en el hospital, escrita en 1940 cuando Frida partió de San Francisco, y ahora en las colecciones de los Archivos de Arte Americano del Smithsonian- es un testimonio de por qué duraron. No tenían una relación apasionada que se disipó y desapareció. Tenían un amor humano terrenal, así como la nobleza de una agenda revolucionaria y su trabajo. El hecho de que esta no sea una carta profunda la hace de alguna manera más especial. Está dirigida a “Diego, mi amor”, aunque esta es la correspondencia más mundana y simple, Frida hace notar su amor, su intimidad. Ella sostuvo la carta en sus manos, la besó con los labios, él la recibió y la sostuvo en sus manos. Este pequeño papel contiene su sencillez y su intimidad, la terrenalidad de su vida. Contiene el remitente y el receptor.

Como artistas, cada trozo de papel es significativo. Este es marrón, doblado. Él lo guardó. Alguien lo conservó. Sigue existiendo.

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