La producción argentina basada en quizás el cómic más trascendente de nuestra historia, dentro una tradición comiquera muy rica por cierto, se convirtió de la mano de Netflix y por fuerza de talento local en uno de los contenidos más vistos en esa hegemónica plataforma a nivel mundial. El suceso de la serie habilita una reflexión acerca del valor de los contenidos culturales nacionales y su presente amenazado, entre otras amenazas un tanto más generales

En primer lugar, menuda sorpresa y también celebrada que Netflix haya apostado a un contenido de producción nacional con las características de “El Eternauta”. La plataforma hegemónica por excelencia aquí y tal vez en el mundo, nos tiene acostumbrados a tirarnos por la cabeza productos Made in Argentina que, salvo honrosas excepciones, son un fiasco. Además es justo señalar que Bruno Stagnaro, un realizador de probados quilates con títulos como  “Pizza, Birra, Faso”, “Okupas” o “Un Gallo Para Esculapio”, haciéndose cargo del proyecto estaba tomando en sus manos el fierro más caliente de toda su carrera. Trasladar a la pantalla textos célebres y dueño de numerosos seguidores, suele ser traumático. Por tal motivo es que el siempre sapiente Alfred Hitchcock solía adaptar  producciones literarias menores como “Psycho” de Robert Bloch, una novela mediocre que pierde en comparación con su hermana de celuloide. La enseñanza del maestro, una entre tantas de miles, era que no hay que basarse en títulos importantes porque te estás metiendo en camisa de once varas. Kubrick tuvo que defender a “The Shining” de la barra brava de Stephen King de su película. “Breakfast In Tiffany” de un genio de la comedia como Blake Edwards corrió la misma suerte.

Y esto es sólo mencionar un par de casos, porque hay muchos más y no queremos extendernos demasiado al respecto. Como el propio Stagnaro declaró en una reciente entrevista, “sabía que todo lo que hiciera iba a terminar estando mal, así que decidí hacer la mía”, en clara alusión a que en el fandom recalcitrante persiste una cuestión que no entiende. Llevar a la pantalla una propuesta con orígenes en la palabra escrita no es una mera ilustración o transcripción del texto, sino más bien una adaptación a un lenguaje totalmente diferente que necesita no sólo otra gramática, también debe permitirse todas las licencias pertinentes que su realizador considere necesarias para el cuento que quiere contar. Narrar en imágenes en movimiento nunca puede ser igual que la transcripción de cuadros o la yuxtaposición de viñetas. Porque en definitiva las grandes creaciones literarias permiten su reinterpretación tanto en texto como en imagen. Se trata de un material maleable, disparador de nuevas miradas antes que el sometimiento a una fidelidad absurda. Los clásicos, y ya a esta altura «El Eternauta» lo es, alcanzan una estatura mitológica como ocurriera con los mitos griegos: son universales en su mensaje y viables en todas las épocas. Y permiten además adaptaciones a su tiempo y espacio. Ese factor resulta determinante para el análisis que nos proponemos encarar. Para tal fin es absolutamente necesario poner en cuestión cuándo Hector Germán Oesterheld decidió encarar la novela gráfica que nos ocupa.

 EL CONTEXTO DE LA HISTORIA

 “El Eternauta”-la historieta,-,se publicó en su primera versión desde el año 1957 hasta 1959 en la revista “Hora Cero Semanal”. En esta ocasión como sucede con toda buena ficción que pertenezca al fantástico o al terror, funciona cuando detrás de lo irreal existe una segunda lectura que remite al contexto en el cual ha sido narrada. Ejemplos abundan. En el caso de Oesterheld la máxima se cumple con un rigor trágico. Al momento de comenzar a escribir “El Eternauta” sólo habían transcurrido dos años del bombardeo de La Revolución Libertadora sobre una población desprevenida en Plaza de Mayo matando a cientos de civiles, en un caso inédito en la historia de una fuerza aérea bombardeando a su propia población salvo el bombardeo de Guernica a manos de las fuerzas fascistas del dictador Francisco Franco ,incidente que retrató para la posteridad Pablo Picasso en uno de sus más cuadros más conocidos

Díganme después, y para poner la cuestión en términos freudianos, si el inconsciente no actúa sobre el arte. El ejemplo más remanido sobre esta cuestión es el cariz que toma la producción hollywoodense a partir de los años 50 cuando el senador republicano Joseph McCarthy encabezó una casa de brujas en búsqueda de comunistas. En el  inconsciente colectivo (acá más que freudianos nos ponemos junguianos), de buena parte de la sociedad norteamericana en medio de la Guerra Fría, subyacía el temor a la invasión bolchevique. Así es como proliferaron cientos de films e historietas donde la otredad, elemento clave en estos géneros, provenía por lo general de Marte, no sólo por ser el planeta más próximo a La Tierra, sino por ser el planeta rojo. En ese contexto de guerra larvada entre dos bloques que se disputaban el mundo es que se inscribe la narrativa del fantástico y la ciencia ficción de USA de aquellos años, pero que terminará influyendo de cierta manera a la ficción oesterheldiana. La narrativa de “El Eternauta” se inscribe en esa lógica, pero al revés: en América Latina, EE.UU se encargaba de las ocupaciones o instigaba a los ejércitos de los países sudamericanos para velar por la mal llamada «seguridad nacional». En el caso de Oesterheld, además todo fue sanguinariamente premonitorio. Cuando encaró la escritura de “El Eternauta”, no habitaba en él ninguna militancia específica. El país estaba gobernado por Pedro Eugenio Aramburu, y su compromiso y radicalización vendrían después. Y si bien sus futuras creaciones ya sí tenían un mensaje más autoconsciente, el derrotero de Juan Salvo era una muestra de lo qué varios años después, durante

El Proceso, el autor debió enfrentar en su vida personal. Oesterheld fue exterminado junto con buena parte de su familia, y dentro de las víctimas hay que contar a sus cuatro hijas. Diana, Beatriz, Estela y Marina, dos de ellas embarazadas, a lo que hay que sumarle dos de sus yernos. Oesterheld no sobrevivió a la guerra sucia de la Junta Militar, pero sí dejó en tinta un clásico de la novela gráfica que es una oda a la resistencia y a la lucha por sobrevivir. Cuando un relato alcanza esa categoría es por su condición mítica. Los mitos conllevan en su esencia una paradoja: son una mentira (una ficción) que sin embargo nos cuentan una gran verdad, universal e imperecedera. De ese modo «la mentira verdadera» de los mitos perdura en su paradoja más allá de las épocas y los contextos. Tal vez habría que preguntarse en este caso, sí historias como la creada por Oesterheld no comparten con los mitos ese rango, pese a provenir de la novela gráfica. 

DE NADA SE SALE SOLO

Toda aventura necesita un héroe.¿Pero los héroes son todos iguales o hay héroes y héroes? Elijo la segunda opción. Hay un canon dentro de esta lógica que es el concepto de el camino del héroe ¿De qué se trata el concepto? Es simple.Un individuo anónimo, con una vida sencilla como vos y yo, de pronto se ve arrastrado por los acontecimientos a asumir una épica para la cual no estaba preparado. Luego y a medida que encara ese camino, adquiere destrezas, arrojo, valor. Cuando finalmente termina la historia que lo conduce, ese hombre común se ha visto transformado, ahora ya no es quién fue. Partió de un punto para emprender un trayecto que lo transformó en otro, Un viaje iniciático, en definitiva. La narrativa de Hollywood en general nos presenta dentro de este esquema, figuras autosuficientes, que más allá de ciertas ayudas muy puntuales, se bastan a sí mismos.

En la ficción construída tanto por Oesterheld como por Stagnaro hay una toma de posición. La nieve asesina que irrumpe en Buenos Aires prohíbe el afuera. Hay que encerrarse en el núcleo familiar o en vínculos cercanos. Es una ficción que empieza a construirse desde el individualismo. Lo que venga de afuera es una amenaza, provenga de dónde provenga. En eso consiste el veneno del enemigo. Sembrar la paranoia y la salvación individual. Generar una sociedad quebrada como tal, dividir, fragmentar para reinar. Los primeros capítulos de la serie están dominados por un egoísmo irracional y extremadamente violento, estableciendo un sálvese quién pueda que lejos de ser una salida, alimenta al agresor que viene por todo. A medida que las acciones se desarrollan buscando la inevitable búsqueda del “afuera” para sobrevivir, es que esos lazos que el invasor tanto temía empezarán a aunarse. Juan Salvo, interpretado por Darín, no es ese héroe hiperbólico que tiene casi categoría de superhombre. Es más bien un tipo que teje redes sociales casi sin proponérselo, porque se necesita necesariamente de una resistencia colectiva. 

LAS PREGUNTAS ABIERTAS DE UNA HISTORIA INCONCLUSA

En la adaptación de Stagnaro, se incluye un detalle que ubica temporalmente al conflicto de la trama , como es el hecho de que el personaje de Darín sea un ex combatiente de Malvinas, algo que obviamente en el cómic no ocurre. En la novela gráfica sabemos que Salvo descubre el verdadero rostro del invasor, y cuando se ha establecido como un oponente de fuste y más adelante en el drama, por un accidente en el cual se abre una puerta en el espacio-tiempo, Juan navegará eternamente a través de la historia humana. Una historia teñida de sangre y que para colmo, no es la suya. Salvo debe cargar con el peso de todas las historias vividas por la especie. Ese es su karma. Como ocurre con cuentos borgeanos como “El Inmortal” o “ Funes, El Memorioso”, la carga se vuelve ya no para un mortal de modo puntual; lo es para todos los mortales.

Con respecto a este punto, la serie apenas va por su primera temporada, estando inconclusa luego que se anunciara una segunda entregs. El interrogante principal es si el personaje de Darín se volverá ese personaje enajenado, que no puede cargar con el peso de la sangrienta historia humana, o afirmándose en suelo porteño se constituirá en el líder que conducirá a los suyos hacia una Buenos Aires liberada, prescindiendo de ese viaje por un espacio-tiempo sin restricciones.Que se cumpla lo escrito por Oesterheld o lo que elija Stagnaro, como ha sido explicado antes, no es determinante. Este “Eternauta” bancado por Netflix demostró una vez más, el enorme talento argentino en el campo cultural, campo que está tan amenazado hoy en día, como si existiera una nieve exterminadora «ahí afuera». Pareciera que el arte y la construcción de cultura es un acto empobrecedor, cuando en realidad es todo lo contrario. La serie se convirtió en bandera insignia nacional, ¿Por qué? Es de las ficciones más vistas de la plataforma a nivel mundial, mérito de una extraordinaria realización. Talento nacional sostenido en una factura notable que no tiene nada que envidiarle a grandes producciones extranjeras. Porque está filmada y montada como los dioses. Producción nacional que demuestra que el campo artístico no solo es un llamador para Argentina nación (una nación amenazada hoy por hoy por otras nieves), sino también una fuente de ingresos

LA PATA ROCKERA DEL ETERNAUTA 

Y por si faltara poco para amar la serie, la misma de entrada nos muestra una pata ligada con el rock nacional, la cual justamente nos hace receptores del guiño siendo miembros de esa parroquia. La primera en presentarse en sociedad es “No Pibe” de Manal, en medio de un cacerolazo, ni bien arranca la serie.Stagnaro acierta otra vez en poner el centro del conflicto en proximidad.

Javier Martínez murió hace poco. Sin embargo nos legó una producción lírica atemporal, tal como ocurre con la ficción que nos ocupa. Lo que el pibe de la letra no necesita es rodearse de un modesto patrimonio, ni de un propósito burgués en la vida. Cuando todo eso se pone en juego, se acaba la estancia placentera en su cotidianeidad . Ahora , pibe, vas a tener que ganártela en condiciones más que desfavorables. “Jugo De Tomate Frío”, también de Manal termina siendo un canto contra la tibieza existencial. También suenan “Salgan Al Sol”, de Billy Bond Y La Pesada Del R&R, acierto no sólo por el carácter contestatario de la letra, sino también por escapar de esa gélida nevada que mata sólo con un primer contacto. Hasta acá, sólo alusiones de parte de Stagnaro para el espectador avezado. Pero la gema dentro de la musicalización de la serie, siempre diegética, es la presencia de El Reloj. Y ahí suena esa gran banda argentina, con ciertos aires a lo Deep Purple, como admiración antes que copia. La elección de bandas setentosas sirve además para delimitar la franja etaria de sus personajes principales y poner en aviso que el contexto temporal de la serie no repite el de la novela gráfica. Aquí las acciones remiten a nuesto presente, lo cual parece un acierto dado que genera una cercanía del espectador con el relato. De visión imprescindible, «El Eternauta» es sin duda una muestra de lo mejor que se haya hecho en términos audiovisuales en lo que va del año y hay que celebrarlo con orgullo.

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