Los de Manchester volvieron una vez más, pero esta vez de la mano de Steve Diggle en voces en reemplazo del alma mater Pete Shelley. Acerca de cómo seguir siendo un estandarte del punk a la edad en la que muchos ya piensan en el retiro, de cómo reemplazar a una de las voces más particulares de la escena, y de cómo evitar la nostalgia con un show sin fisuras que dejó a todos satisfechos y con ganas de más, es que versa esta nota. ¡Pasen y lean!

Cuando uno ha tenido la suerte de ver en vivo a los mancunianos Buzzcocks con su cantante Pete Shelley, sabe que reemplazarlo no sería tarea fácil. Sin embargo, Steve Diggle (su eterno ladero), tomó la posta, se calzó el traje de vocalista, y se entregó a la enorme responsabilidad de reemplazar a una de las voces más particulares del punk. La agridulce voz de Shelley era el condimento perfecto de estas canciones tan especiales. (Off topic: ¿por qué se le dice “agridulce” a la comida que mezcla dulce y salado? Quedaría mucho mejor decir “saladulce”, ¿no? En fin, cosas que uno piensa cuando está aburrido)

Lo bueno de este tipo de shows (que más que shows son eventos sociales), es que uno se cruza con una caterva de gente que no veía hace años y de repente los punks de vieja escuela se dan cita para tan magnánimo evento. Entonces uno se pasa toda la previa saludando y brindando, y elucubrando cómo serán estos Buzzcocks huérfanos de Shelley. Claro, todas las dudas se disipan cuando la banda sube a tocar: un baterista sólido y prolijo (Danny Farrant), un guitarrista con un look muy british y una sonrisa permanente (Mani Perazzoli), y un bajista que detrás de su parquedad hace lo que el manual del buen bajista indica, que es ser una pared para que los demás se luzcan (Chris Remington). Y por supuesto, el buen Diggle, que cuando pisó el escenario mientras la banda tiraba una base punk, lo primero que hizo fue mostrar su inabarcable felicidad y arengar a la gente a que griten “olé olé olé, Buzzcocks Buzzcocks”. Y como a la gente le gusta más el agite que respirar, al instante ya estaba todo el Teatrito cantando ese coro futbolero. Coro que derivó sin solución de continuidad en el primer tema de la noche: “What Do I Get”, como si estuviéramos en la Inglaterra de fines de los 70s.

Entonces los temas empiezan a sucederse, y el público se maravilla tanto por los himnos juveniles de antaño como por la ejecución de la banda. Podemos apreciar con el paso de las canciones, el crecimiento y la madurez del grupo: cómo se balancean desde aquellas seminales gemas de poco más de un minuto, perfectos retratos de adolescencia y rebeldía, hasta los últimos discos ya con Diggle a la cabeza y a la voz principal.

La velocidad y la monotonía por un lado, el mid tempo y las guitarras chirriantes por otro. Todo eso cabe en el mundo de los Buzzcocks, en canciones como “Orgasm Addict”, “Oh Shit!”, “Everybody’s Happy Nowadays”, “Harmony In My Head”, “Destination Zero”, “Manchester Rain” y todas las demás. Qué lindo es ver a un guitarrista como Steve Diggle, salido de la escuela del punk, hacer magia con su instrumento y sonar por momentos más pesado o incluso psicodélico.

El final, como corresponde, fue de la mano del clasicazo “Ever Fallen In Love”, pero con el agregado del “olé olé olé, Buzzcocks Buzzcocks” nuevamente. ¿Hay acaso una canción que resuma mejor lo que es el punk pop? Yo diría que no, pero quién sabe… Lo que sí sabemos es que somos aquello que no podemos dejar de hacer. En este caso, los Buzzcocks son de esas bandas que viven y laten arriba del escenario. Y la condena de Steve Diggle, es incendiar su guitarra en cada show que les toque dar. Porque para punks, ¿qué mejor que estos tipos que la siguen rockeando a los 70 años?

Reseña: Rodrigo Cardozo

Fotos: Martín Delgado

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