
El trío californiano regresó a Buenos Aires y lo hizo con un show en el que la música fue apenas una parte de la experiencia, reafirmando su romance con nuestro país y la conexión visceral entre la banda y el público argentino.

Hay recitales que se recuerdan por el sonido, otros por el despliegue, y unos pocos por esa electricidad invisible que une a una banda con su público. El show de Green Day en Argentina en el marco de la gira The Saviors Tour fue todo eso al mismo tiempo, pero elevado a la categoría de ritual colectivo.

TEMA VA, TEMA VIENE, MOSCA Y SUS MUCHACHOS TE ENTRETIENEN. Con horario respetado a la usanza inglesa, la jornada arrancó con los 2 Minutos quienes fueron los encargados de agitar el éter al compás de lo que la banda ya tiene como marca patentada: canciones cortas, pegadizas, veloces y desprolijas por igual. Con un Mosca ya recuperado de salud, en poco más de media hora dispararon una decena de clásicos, cumplieron el cometido y se retiraron dejando al público con intriga de lo que vendría.

UNA REVELACIÓN PARA CALMAR LOS NERVIOS. Mientras el estadio se llenaba de a poco salieron los británicos Bad Nerves -banda elegida y fogoneada por Billie Joe Armstrong para acompañarlos en este tramo del tour sudamericano-; y, al igual que visitas anteriores, la decisión fue atinadísima. Una banda repleta de energía y excelentes canciones que salieron a comerse al público presente. Un balance perfecto entre nostalgia y vanguardia en plan Ramones-meets-Strokes-meets-Turnstile que caló rápido e hizo bailar a más de un desprevenido. Frontman carismático, dos guitarristas que emulan a los mejores exponentes del género y una base hiper sólida terminan de cerrar el combo Bad Nerves por donde se lo mire. Puntos altos con gemas como “Radio Punk”, “Can’t Be Mine” y “You’ve Got The Nerve”. Una atinada versión de “Cretin Hop” de los mencionados Ramones dejó aún más en claro el buen gusto que ostentan estos muchachos. Si bien tienen de todo (imagen, canciones y escena) serían mucho más apreciados en un venue más chico, cosa que seguro afirmarán quienes asistan al sideshow que darán el sábado en El Teatrito.


BIENVENIDOS A UN NUEVO TIPO DE TENSIÓN. Alas 21 hs en punto, tras la infaltable “Bohemian Rhapsody” de Queen que pone a la gente en un estado de trance eufórico, hasta la coreografía de “Blitzkrieg Bop” a cargo de la simpática mascota de la banda, desde el momento que Billie Joe pisó el escenario y anticipó el riff de “American Idiot” no hubo distancia entre lo que pasaba arriba y abajo del escenario. El estadio entero funcionó como un enorme amplificador de energía, al punto que los gritos de las más de 40000 personas parecían devolverle a la banda cada nota multiplicada a la enésima potencia. Era como si el repertorio no sólo se interpretara, sino que se reconstruyera en tiempo real entre los músicos y miles de gargantas.

Green Day conoce a la perfección los gajes del oficio (sus más de 2300 shows lo validan) y saben cómo entretener a una multitud sea cual sea el país donde se presenten. La conexión no fue un gesto prefabricado, el “¡Olé, olé, olé, Green Day, Green Day!” se mezcló con varios de los temas de la lista (hasta tuvo su versión full band) y BJ fue el maestro de ceremonias que se ocupó de animar la orquesta durante las dos horas clavadas de show. Todos en la banda se muestran sorprendidos y agradecidos por cada riff o solo coreado, y también con cierta fascinación infantil al ver que una audiencia pudiera apropiarse de las canciones con tanta naturalidad. Obvio que hubo lugar para los clásicos de rigor que, pese a las estadísticas siguen envejeciendo con mucha dignidad, se acomodaron entre algunas perlas que el fan de la primera época siempre espera. Sonaron «Going To Pasalacqua», «The Grouch»y «Coma City» del último disco que rara vez tocan y nos permitió centrar las miradas en el inoxidable Tré Cool con un despliegue impresionante de recursos (no tengo recuerdo de haber escuchado una batería con tan buen sonido en mucho tiempo).

El resto de la banda acompañaban esa comunión con sonrisas y complicidades, como si supieran que en Buenos Aires las canciones se cantan con el cuerpo entero. Por más que a los detractores les pese -y rememorando a un visionario cronista de la vieja Madhouse, aka Sr. Marcelo Pisarro– el fanatismo y entrega del público argentino encontró reemplazo para el lugar que los Fast Four dejaron vacante allá por el 96.

PENSÁ EN VERDE. Mención aparte para el Tour de Force de este cronista tras manejar casi 1000 km y reorganizar obligaciones con tal de estar presente por cuarta vez en un show de los californianos, en un claro ejemplo del famoso dicho “sarna con gusto no pica”. Hoy me duele el cuerpo, tengo los oídos zumbando y la garganta hecha pedazos. Pero si alguien me preguntara, respondería sin dudar: valió cada segundo, porque sé (sabemos) que si se trata de Green Day la calidad y la diversión están aseguradas.

Sinceramente no importó si eras fan de toda la vida o si estabas descubriendo a la banda en vivo por primera vez: por un par de horas, Green Day (o “grindéi” como fueron rebautizados aquí) y la Argentina fueron una misma luz y una misma mente. Más que un concierto, fue un espejo: la banda mirándose en su público y descubriendo una versión más salvaje, más ruidosa y más viva de sí misma. Cosa que tras casi cuatro décadas de música es un regalo que, sin dudas, solo puede existir acá. Más que un recital, el show fue una confirmación: los muchachos de Berkeley y el público local mantienen un idilio que pocos artistas internacionales logran. Y cada encuentro no hace más que reforzar esa relación.

TXT: Matías Sosa
PH: Gallo Bluguerman y Greg Schneider, gentileza Índigo Press

Categoría 80. Psicólogo, amante de la música y los juegos de palabras. Padre de Ciro y Amancay. Baterista e hincha de Ferro. Fanático de los libros, del helado y el café. Escritor perseverante. Hombre de mar en busca del sentido de la vida.