PACIENTE: SMASHING PUMPKINS “Aghori Mhori Mei” (Martha’s Music / Thirty Tigers, 2024)

HISTORIA CLÍNICA: “Abraza la hermosa muerte”. A grandes rasgos y tomadas todas las debidas licencias, esta sería la traducción del título del nuevo álbum de Smashing Pumpkins, «Aghori Mhori Mei», frase creada combinando japonés y sánscrito. Más allá de los significados y de los significantes, este veterano grupo estadounidense liderado por Billy Corgan (voz, guitarra, bajo, teclados) y escoltado por sus laderos James Iha (bajo, guitarra, coros) y Jimmy Chamberlin (batería) encara en esta obra una suerte de regreso al pasado, impulsado también por fascinaciones góticas que evocan las glorias del divisivo «Adore». Por supuesto, en esta ocasión tampoco faltan demonios para exorcizar en el camino de la vida, haciéndolo a través de diez canciones cuyas letras a menudo devuelven imprecaciones «evidentes» ante la inexorabilidad del tiempo y de las cosas, como sucede en «Edin», el tema de apertura.

«James, Billy, ¿dónde escondieron mi cinturón? Todas las sesiones de fotos lo mismo…»

Llegados a este punto y antes de seguir adelante, cabe señalar que ni el público ni la crítica en general han sido muy amables con los últimos Smashing Pumpkins, al menos desde “Oceania”. La obstinación con la que Corgan persiste en querer revivir las glorias de su creación es, hay que decirlo, admirable; una tenacidad que realmente merece otros resultados, como le pasó en “Shiny and Oh So Bright, vol. 1”, el álbum producido por el multifacético Rick Rubin que marcó el reencuentro del trío histórico del grupo (y que sería el primero de varios volúmenes que no dan la impresión de llegar a editarse algún día) pero que no logró del todo elevar la vara artística que hacía rato venía en declive declive. Más aún porque, indiferente a las críticas y reacciones poco favorables incluso de los viejos fans, Corgan todavía se entrega a proyectos gigantescos y/o dispersos como “Cyr” en 2020, declarado apresuradamente su primer álbum de reunión propiamente dicho, con un synth-pop que suena más en sintonía con el álbum solista de Billy de 2005, “TheFutureEmbrace”. Para bien o para mal, los oyentes luego se vieron enfrentados a “ATUM: A Rock Opera In Three Acts” del año pasado, álbum que contaba con 33 temas (¡!) presentados a través del podcast Thirty Three que conduce Corgan y cuyas buenas intenciones se extravían en una pomposidad que incluso fue perdonada a sus dos predecesores directos -en particular a “Mellon Collie And The Infinite Sadness”-, dueños de una asombrosa calidad promedio que los Pumpkins nunca han vuelto a encontrar. Ha habido mucha música, entonces, pero poco consenso sobre cuál de estos trabajos realmente dio en el blanco. Algunos fans dicen que todos. Otros dicen que ninguno. Muchos sugieren que la banda nunca hizo un mal álbum.

Con todo, William Patrick Corgan no se rindió y vuelve a la carga un año después con este esperado “Aghori Mori Mei”. Un álbum que no solo marca el regreso del grupo al ruedo sino que, además, reitera la intención de querer traerlo todo de vuelta a casa para demostrar que es posible volver a la primera mitad de los noventa como si ese sonido cristalizado pudiera inspirar algo revelador, apasionante, si no completamente nuevo. Un concepto traducido a la música casi literalmente, si pensamos en cómo “Edin” se apoya en los riffs sincopados de la era de “Gish”, actualizando su sustancia con lo que el grupo prefiere combinar hoy en día, dando más espacio a los sintetizadores y una cierta reverberación espacial, frente a las meticulosas texturas de guitarra preparadas junto con Butch Vig, ideales para nostálgicos.

“Sighommi” es otra pieza que arremete -bastante ágilmente– a base de sablazos de heavy metal, con un ritmo funky agresivo y melodías flexibles. La base hardrockera es, de hecho, la impronta musical más marcada y, cuando no se deja envolver por relecturas BlackSabbathicas excesivas (como en “Sicarus”), resulta lo suficientemente fluida y eficaz como para dar impulso a las soluciones armónicas favoritas de Corgan, que no volverán a brillar como antaño pero sí se quitan de encima al menos un poco de polvo. El contrapunto habitual a cierta rispidez metalera son los romanticismos ligeramente kitsch de “Pentagram” y “Pentecost”, uno que integra felizmente sintetizadores y guitarras acústicas y el otro que, en pos del prog-rock sinfónico, añade el eco de “Mellon Collie…”, pero también algunos destellos sónicos que remiten al The Cure de “Disintegration”.

DIAGNÓSTICO: Para redondear un poco la impresión que deja este álbum, de duración limitada respecto al trabajo anterior, aún con cierta extensión excesiva y autocitas quizá innecesarias (“Goeth The Fall”), digamos que la lista de canciones se presenta como la más cohesionada y apreciable entre las que el grupo lanzó en los últimos años. Nada que implique un renacimiento o una revolución, pero sí que al menos -y por esta vez- mantendrá los juicios más severos. Para los optimistas incurables, esto ya podría ser un pequeño éxito; para los más realistas, este es un disco esperado por los fans, pero por lo demás claramente situado por debajo de los estándares de un grupo que, desde hace algún tiempo, se ha vuelto tan histórico como copia descolorida de sí mismo.

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