¿Es acaso The Clash una de las bandas más importantes y valoradas de la música? Eso sin dudas, pero ¿cuáles son los argumentos que respaldan dicha afirmación? Porque una cosa es defender lo que a uno le gusta, y otra es posicionar lo que a uno le gusta como una de las mejores bandas de la historia. En este informe, les argumentamos los motivos por los cuales la banda de Londres merece un lugar más que destacado entre nosotros. Si no saben si quedarse o irse, dejen las armas en el techo y lean este informe exclusivo de MADHOUSE, que el tiempo es escaso.

A veces uno se cuestiona por qué le gustan las bandas que le gustan. Lejos estoy de caer en el facilismo de “es una gran banda porque A MÍ me gusta”, esa especie de adoración adolescente de creer que lo que a uno le agrada es motivo suficiente para encumbrar algo en el Olimpo de los dioses. Hace poco leía un informe de la revista Rolling Stone acerca de los 10 grupos más importantes de la historia del rock. Y claro, no sólo no estaba The Clash, sino que ni siquiera estaban los Ramones. Estos últimos me parece que, simpatías al margen, han tenido una vital importancia dentro de la música al aparecer dentro de un panorama desolador para la juventud de la época y poner patas para arriba el rock, volviendo a lo básico cuando lo que imperaba era la música pomposa y de extensa duración. Pero hay que entender una diferencia fundamental entre Ramones y Clash: los primeros rompen lo establecido, los segundos reformulan sin quitarse de encima el pasado. Que se entienda: Ramones inventaron algo, Clash se limitaron a barajar y dar de nuevo sobre lo que ya habían hecho los flequilludos. Y por lo bajo, mi mente pensaba: “si yo hubiera escrito ese informe, ¿hubiera puesto a Clash dentro de los 10 más importantes?”. Aunque suene paradójico, la respuesta era negativa. Porque considero que han sido importantes para mí, pero no rupturistas. Les encuentro muchas cosas más que destacables, pero no desde la relevancia de un Hendrix o unos Beatles.

PUNK IS CALLING. Entonces, ¿qué es lo tan importante de The Clash como para que yo esté escribiendo este texto y vos lo estés leyendo? Primero, hay que entender el contexto en el que surge la banda y también el movimiento punk: luego de la crisis del petróleo de 1973, hubo una merma importante en la producción de vinilos ya que este material era importantísimo para la fabricación de discos. El rock pasó a ser música virtuosa y alejada de los jóvenes, perdiendo su carácter callejero y encumbrando a los artistas a la categoría de estrellas. Ibas a ver un concierto gastando casi todo tu sueldo, y sólo veías a un muñequito a lo lejos ya que el rock era música de estadios, sumado a la depresión de entender que, para tocar esa música tan enmarañada, debías aprender a tocar un instrumento apenas nacer. Las políticas de derecha eran cada vez más extremas, el National Front y sus violentos delirios racistas estaban de para bien, y la sociedad entera padecía una crisis que sumía a los jóvenes en el desempleo que apenas podían esquivar gracias al famoso UB40 (cheque de desempleo).

UN POCO DE PUNKSTORIA. Joe Strummer (que en este entonces aún se hacía llamar Woody en homenaje al cantautor Woody Guthrie) venía de tocar en los 101ers, un grupo muy en plan revival que eran la atracción principal de la casa okupa donde vivían en comunidad. Pero todo cambió cuando los 101ers y los incipientes Sex Pistols compartieron escenario: para Joe (John Graham Mellor en los papeles), su banda pasó a ser simplemente “yesterday papers” (periódicos viejos). Paralelamente, Mick Jones y Paul Simonon intentaban a los golpes armar un grupo nuevo. Mick, hijo de su tiempo, estaba fascinado con Keith Richards y solía emularlo en prácticamente todo. Paul apenas se entendía con su instrumento, al que eligió por tener menos cuerdas que la guitarra, pero se prometió ser el mejor en lo suyo. Strummer era hijo de un diplomático (motivo por el cual él nació en Ankara, Turquía), y tuvo un hermano que luego de ser parte del National Front se quitó la vida a principios de los 70s. Jones y Simonon eran hijos de padres separados y de clase proletaria. De esa mezcla nace la banda, cuyos primeros temas serían poco más que correctos dentro de la escena punk. Canciones como “Hate and War”, “White Riot”, “Career Opportunities” o “London´s Burning” son más efectivas que una bomba contra los policías que reprimían a la juventud.  

Lo que cambió radicalmente la historia fue el ingreso de Nicky “Topper” Headon reemplazando en la batería al más que básico Terry Chimes. Topper era músico sesionista y decidió unirse a la banda para hacerse un nombre y luego marcharse, pero encontraría en The Clash a la horma de sus zapatos. ¿Y qué tiene que ver todo este palabrerío histórico con la relevancia de la banda? The Clash fueron mucho más que simples músicos punks quejándose del estado del mundo actual. Desde 1977 a 1982 grabaron 5 discos (uno doble y otro triple) en los que fueron demostrando un crecimiento exponencial que los ubicó en el lugar que se merecían. Luego de su segundo LP Give ‘em Enough Rope (disco clásico de rock con guitarras chirriantes y baterías ensordecedoras, aunque también incluyeron pianos y vientos), llegan a su obra cumbre: London Calling. Y claro, ¿quién no escuchó hablar de ese disco? Su importancia es la de abrir las puertas de la jaula del punk: cuando el estilo ya había pasado a ser un cliché (vestirse con ropa rota, tocar enojado y con malas formas, deliberadamente monótono y crudo), los Clash eligieron el camino contrario. De la mano del productor Guy Stevens (que estaba aún más loco que ellos), conjugan en este disco rock, ska, reggae, pop, disco, punk, rockabilly, en una obra monumental para la época, haciendo gala de una promiscuidad musical envidiable.

MANTENIÉNDOSE LIBRE: Hay que entender que la banda ahora lo tenía todo, habían aprendido a dominar sus instrumentos y cortaban los bordes de los estilos musicales con hachas sabiamente afiladas. Joe era el cerebro, el tipo que escribía letras inteligentes que te dejaban pensando, y dejaba el corazón y la garganta en el escenario. Mick era el alma pop de la banda, el cancionero perfecto, el que compuso bellezas como «Stay Free” o “Train in Vain”. Porque podían ser punk rockers, pero no por eso iban a dejar de lado la musicalidad. Que estaba más que encarnada por Topper, al que apodaban “the drumming machine” por su precisión tras los tambores. Hay una frase que dice que tu banda será tan buena como lo sea tu baterista, y en este caso calza a la perfección. Porque sin Topper, probablemente nunca hubieran pegado el gran salto. Y Paul era el baby face, el chico lindo que encima se había convertido en un excelente bajista y ahora hasta se animaba a cantar.

Pero había más, y es que en este disco los Clash empiezan a mirar por fuera de su círculo y le dedican canciones a la revolución española en la sentida “Spanish Bombs” y al actor estadounidense Montgomery Clift en “The Right Profile”. Ya no todo era la violencia de Londres o las pandillas punks de Brixton, ahora la paleta de colores se ampliaba más allá de lo que se avizoraba en 1976. Ese no temer a crecer, esa sensación de que todo puede hacerse, es una de las partes fundamentales de The Clash. Y si en “London Calling” habían abierto las puertas del punk con un disco doble de 19 temas, ¿qué decir cuando un par de años después sacaron un disco TRIPLE con nada menos que 36 canciones?

MANTENIÉNDO CONVICCIONES. Ese bacanal musical se llamó Sandinista, y es más un concepto que un disco en sí mismo: habían llegado a un lugar donde la gran mayoría los valoraba y aplaudía (salvo uno que otro que se quejaba de que ya no eran punks, o que se habían vuelto muy yanquis-cosa imperdonable para aquél que no entendió su “I’m so Bored with the U.S.A.”-), y en lugar de apelar a lo ya conocido y exitoso (un “London Calling” parte 2 hubiera sido lo lógico), se lanzan al vacío sin paracaídas en un suicidio comercial y artístico. Porque “Sandinista” pretendía ser vendido al precio de un sólo disco siendo triple (cosa que ya habían logrado con su LP anterior), pero la discográfica se opuso radicalmente y la banda tuvo que pagarlo de su bolsillo (motivo por el cual tuvieron que hacer un maratón de shows en el Bond Casino de New York en junio de 1981). Si en “London…” abrevaban en diversos estilos, aquí la cosa se ponía más variada: dub, góspel, rap, jazz, canciones que hablan del gobierno militar en Chile (“Washington bullets”) o refieren a películas imperdibles como “Apocalypse Now” (“Charlie Don´t Surf”). Sumado a esto, la banda elige auto producirse e invitar a sus amigos a grabar en el disco. Es así como esta pérdida de unidad del LP los lleva a grabar incluso un trabajo más, que sería el disco The spirit of St. Louis de Ellen Foley (novia de Mick Jones en ese momento) en el que los Clash tocan y cantan como banda invitada, así que podría decirse que esa es la séptima cara de “Sandinista”. Ahora eran una banda que abrazaba el ideario tercermundista y estaban dispuestos a tocar lo que sea como sea. Joe declararía tiempo después que, si les hubieran dicho de tocar con balalaikas, lo hubieran hecho sin dudar.

Y es también en vivo donde la banda cimentaba otro de sus grandes argumentos para valorarla. Los shows eran descargas de adrenalina donde podían pasar de canciones netamente punks como “Garageland” a un rap como “Magnificent Seven”, o elegir abrir un concierto con un mantra como “Broadway” y estrenar temas que aún ni siquiera estaban terminados (chequeen el en vivo en el Mogador de Francia en 1981, arremeten como cuarto tema con un “Should I Stay Or Should I Go” casi seminal que vería la luz recién al año siguiente en el mundialmente exitoso «Combat rock«). En escena ya no eran 4 rockeros enojados sino que ahora había lugar para el órgano de Micky Gallagher, timbales electrónicos, la voz de Mikey Dread en los temas más rastafarios…

Bien, aquí está todo lo que representa The Clash para quien los escucha hace años: ¿cuántas bandas en aquellos ajetreados años podían adjudicarse todas estas virtudes? Conciencia social, empatía por los desamparados, amplitud e inquietud musical, cultura general, una férrea postura política humanista, y una innegable voluntad para deshacer lo que ellos mismos habían logrado. Un grupo de desclasados que pasaron de ser una banda más dentro del punk, a romper los barrotes de esa celda y exprimir su libertad y sus capacidades hasta la última gota. Y claro, un listado imbatible de hits, canciones que quedaron en la memoria colectiva de aquellos que, todavía hoy, se refieren a The Clash como “la única banda que importa”.      

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